Capítulo VII: Altruismo - Los Anarquistas. Cesare Lombroso - Los anarquistas - Libros y Revistas - VLEX 976844159

Capítulo VII: Altruismo

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Los anarquistas
caPítulo Vii
altruismo
Aquí surge, para el psiquíatra y para el sociólogo, un difícil pro-
blema. ¿Cómo es posible que en estos individuos, locos, criminales
para casi todo el mundo, neuróticos y grandes apasionados, se dé un
altruismo que no se encuentra en la generalidad de los hombres, y
mucho menos aún en los locos y en los criminales, que son siempre los
mayores egoístas del mundo?
Este altruismo, llevado al último límite, es uno de los caracteres que
con gran maravilla encontramos siempre en Vaillant, en Henry, en
Caserío y aún más en otros anarquistas bastante más criminales que
estos. P. Desjardins dice a este propósito lo siguiente: «Hay, sin duda
alguna, anarquistas malvados; pero la mayor parte son buenos, trans-
formados por una excesiva sensibilidad en malos: se ha dado alguna
vez el caso de volverse uno anarquista por ver a su patrón romper un
brazo al aprendiz. E. Réclus se distingue por su bondad sin límites».
Sabido es de todo el mundo que Pini y Ravachol donaban casi todo
el producto de sus robos a sus compañeros o en favor de la causa co-
mún. He recibido yo una carta de Chicago en que me decían que Spiés
era venerado como un santo por sus compañeros, a quienes daba
cuanto tenía: ganaba 19 francos por semana y daba dos a un amigo
que estaba enfermo; en una ocasión socorrió cuanto pudo a un hom-
bre que meses antes le había insultado groseramente; sus compañeros
decían que si la causa hubiese triunfado, se hubiera hecho preciso en-
carcelarle para evitar que su infantil sensibilidad fuera un obstáculo
para la revolución anarquista.
Me han referido, a propósito de Palla (un feroz anarquista), que
se encontraba después de un naufragio, en una isla abandonada en
unión de un compañero, cuando una nave, aproximándose a ella, le
dio ocasión de salvarse; mas tardando en llegar al barco su compañe-
ro, que debía embarcar con él, se impacientó el capitán y dio orden de
emprender la marcha. No pudiendo Palla impedirlo de ninguna ma-
nera, se tiró al agua, y le obligó así al capitán a detenerse, entre tanto
que llegó el compañero y estuvo a salvo.

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