Capítulo III: La gestación del poder en nuestro margen y «nuestro» saber - Parte segunda - Criminología. Aproximación desde un margen - Libros y Revistas - VLEX 976415874

Capítulo III: La gestación del poder en nuestro margen y «nuestro» saber

Páginas83-118
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CRIMINOLOGÍA. APROXIMACIÓN DESDE UN MARGEN
CAPÍTULO III
LA GESTACIÓN DEL PODER EN NUESTRO MARGEN
Y «NUESTRO» SABER
Esta es la parte del mundo en que el piso se sigue construyendo.
Los que allí nacimos tenemos una idea propia de lo que es el alma y de
lo que es el cuerpo. (CARLOS PELLICER,Voz y luz del trópico, México, 1978)
Lá todos vivem felizes, Todos dancam no terreiro;
A gente lá nao se vende Como aquí, só por dinheiro.
(ANTONIO DE CASTRO ALVES,A cançâo do africano)
1. ¿Por qué quedamos marginados?
Hay interrogantes bastante curiosos en los últimos años, como, por ejem-
plo, el cuestionamiento acerca de la existencia de un «Tercer Mundo», y una
reiterada pregunta sobre si «Latinoamérica» realmente existe. En el ámbito
criminológico, la pregunta se ha planteado a partir del diferente sentido que
se asigna a lo «latinoamericano», donde se objeta que algunos autores lo con-
sideran como una unidad geográfica (BERGALLI) , y otros, como una unidad
histórico-cultural (Rico), asignándole distinta extensión, pues algunos inclu-
yen el Caribe de habla inglesa o francesa y otros lo excluyen1. La imprecisa
«definición» de América Latina y su pluralismo cultural serían las principa-
les obj eciones a un c oncepto de América La tina como op eraciona l en
criminología. Mucho más aún lo sería la idea de un «Tercer Mundo» por ser
un mosaico político y cultural2.
Siguiendo el criterio de mirar la realidad y luego asignarle un sentido y
verificar después si el sentido asignado no se contradice con la realidad que
antes «miramos», creemos que el «Tercer Mundo» es, simplemente, una reali-
dad, es decir, que hay re giones en el Norte donde se asienta la parte de la
población mundial con más alto nivel de vida y donde la tecnología —y por
ende, el poder— alcanza un extraordinario desarrollo, si bien en esas regiones
del Norte puede haber «bolsas» de subdesarrollo pero que participan del mis-
mo sistema de seguridad militar. Por el contra rio, hacia el Sur hay regiones
1La objeción proviene de BIRKBECK.
2Sobre este último aspecto, véase la irónica y oportuna respuesta de JULIEN.
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EUGENIO RAÚL ZAFFARONI
con hambre, explotación llevada a cabo por minorías, dependientes de las
decisiones del poder y que disponen de la tecnología que el Norte quiere tras-
ferir. Esto es el Tercer Mundo: las zonas geográficas ocupadas mayoritariamente
por los pasajeros de segunda, de tercera y con « boleto de perro», del planeta
Tierra. Obviamente que en estas regiones no van a encontrarse coincidencia s
ni similitudes cultur ales ni políticas, pero eso no puede negar la realidad en
términos de poder. Sin embargo, la cuestión acerca del «Tercer Mundo» y de
«nuestro marge n» —La tinoamérica— no puede comprenders e bie n si se
visualiza en un corte trasversal contemporáneo, puesto que la comprensión de
su concepto solo puede alcanzarse en perspectiva histórica, o sea, analizando
cómo se genera el poder mundial y cómo quedamos margina dos, cómo se genera
«nuestra» marginación y qué particularidades tiene frente a otras. Este proceso nos va
a explicar aproximadamente «nuestro margen» (justamente por ser más gráfico, prefe-
rimos hablar de una «aproximación desde nuestro m argen» y no de una «aproxima-
ción latinoamericana», pese a que esto es, en definitiva, lo que queremos decir).
Es obvio que los marcos teóricos y en general las ideologías que dominan
en nuestras sociedades acerca del control social punitivo son importados de
los países centrales y, en primer lugar, de Europa, como también que surgen o
tienen su génesis o antecedente en E uropa a partir del siglo XVIII. El pensa-
miento jurídico-penal moderno se inicia en esa época, y la criminología apare-
ce con su cara contemporánea —o se consolida— un siglo más tarde. Estas
ideologías o sistemas de ideas corresponden a un momento que se llama la
«revolución industrial» y que otros denominan «surgimiento del capitalis-
mo». Sin embargo, la «revolución industrial» puede situarse en el siglo XVIII,
pero el «surgimiento del capitalismo» es algo mucho más discutido, pues,
como todo fenómeno social, no cae del cielo, sino que es resultado de un largo
proceso de gestación, dep endiendo del concepto de capitalismo e l momento
histórico en que se sitúa su surgimiento, lo que hace que los autores más
notables en el tema señalen tiempos diferentes, que van desde el siglo XII
(PIRENNE) hasta el XVIII3. Lo cierto es que nadie duda de que se produjo un
paulatino cambio en las relaciones comerciales a partir de la aparición de los
mercaderes europeos en el siglo XI y que se desarrolla hasta desembocar en la
«revolución industrial», en el siglo XVIII, como tampoco de que ese cambio se
acelera en el siglo XVII.
Planteadas así las cosas, pareciera que se trata de un fenómeno europeo,
al que somos totalmente ajenos. No obstante, el planteo es infantil, pues resul-
ta demasiado claro que la acumulación del proceso capitalista —o que condu-
jo al capita lismo— y su misma posibilidad, solo pr ovienen de los medios de
pago (oro y plata) y d e las materias primas que Europa obtuvo de América y
de África, a las que conquistó y subdesarrolló4. El poder europeo se extiende
sobre América y África, generándose la táctica de dominio basada en la infor-
mación, que era disponible únicamente para el poder europeo, pero no para
3A este respecto, véase DOBB, págs. 32-33 .
4Cfr. RODNEY; TIGAR-LEVY, pág. 175.
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CRIMINOLOGÍA. APROXIMACIÓN DESDE UN MARGEN
cualquiera de ambos continentes que se mantienen aislados y solo vinculados
por medio del comercio esclavista.
De este modo, vemos con toda claridad que el proceso de desarrollo del
centro no fue autónomo, sino que desde sus orígenes dependió de nuestro
subdesarrollo, motivo por el cual resulta absurdo considerar a la «revolución
industrial» como un fenómeno europeo, cuando, en realidad, fue un fenómeno
en el que los africanos y los americanos desempeñamos un papel imprescindi-
ble, cargando con la peor pa rte, por supuesto.
Como es lógico, el control social en las socieda des coloniales sufrió una
notable trasformación: los sistemas de control social originarios fueron reem-
plazados por otros que respondían a la estructura del poder de la sociedad
colonial, la que, a su vez, pasaba a insertarse en la estructura de poder mun-
dial. Pasamos a ocupar una posición marginal en una estructura de poder
mundial, de la cual aún no hemos salido. La s minorías colonizadoras fueron
las clases privilegiadas, y el poder, en general, se orientaba a reprimir todo lo
que afectase la actividad extractiva de metales o productora de materia prima
o pusiera en peligro a la autoridad colonial.
2. El saber sustentador del control represivo de la colonia
La ideología del saber en que se asentó el control represivo colonial en
América Latina, traído por los españoles y portugueses, fue de naturaleza
eminentemente teológica (por así llamarle). Se trataba de una evidente supe-
rioridad del colonizador en el plano teológico, que al llegar encuentra a los
indios inmersos en lo que el colonizador llama «idolatría». Estos «ídolos» no
fueron considera dos por los ibéricos como inexistentes ni como falsos, sino
que se les reconoció realida d, como producto del demonio. Esta es una piez a
clave para la cosmovisión que introdujeron los conquistadores: los ídolos eran
obra del «maligno», no eran dioses, sino creación diabólica, pero como tal
existían5. La lucha contra la «idola tría», es decir, contra las religiones ameri-
canas, era una lucha contra el demonio. La Península acababa de liberarse de
los árabes y, con todo el bagaje ideológico de una «guerra santa», emprende la
conquista de América, donde encuentra dos sociedades poseedoras de un ele-
vado nivel de organización política y económica, a las que desarticula con el
fin de establecer una sociedad productora para la exportación, para lo cual
debe erradicar sus cosmovisiones originarias. Nada mejor que identificar esas
cosmovisiones con la obra del demonio, pues eran las que se oponían a su
poder político y económico.
En esas circunstancias, durante dos siglos de colonialismo tiene lugar
una disputa que aparentemente es absurda, pero que encierra una importan-
cia capital, que es suficiente para explicar los copiosos volúmenes que le dedi-
caron doctos autores. Si bien no se discutió mucho el carácter humano de los
indios, hubo una gran controversia acerca de su origen. Sin duda que descen-
5Véase SOUSTELLE, pág. 8.

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