Voces de Chernóbil - 14 de Noviembre de 2015 - El Mercurio - Noticias - VLEX 587147670

Voces de Chernóbil

Por la noche, un lobo entró en el patio. Miré por la ventana y allí estaba con los ojos encendidos. Como faros. Me he acostumbrado a todo. Hace siete años que vivo sola, siete años, desde que la gente se fue. Por la noche, a veces, me quedo sentada hasta que amanece, y pienso y pienso. Hoy, incluso, me he pasado la noche sentada, hecha un ovillo, en la cama, y luego he salido afuera a ver qué sol hacía.

¿Qué le voy a decir? Lo más justo en la vida es la muerte. Nadie la ha evitado. La tierra da cobijo a todos: a los buenos y a los malos, a los pecadores. Y no hay más justicia en este mundo. Me he pasado toda la vida trabajando duro, como una persona honrada. He vivido con la conciencia en paz. Pero no me ha tocado lo que es justo. Se ve que, al parecer, a Dios, cuando repartía suerte, cuando me llegó el turno, ya no le quedaba nada para darme.

Un joven puede morir; el viejo debe morirse. Nadie es inmortal: ni el rey ni el menestral.

Primero esperaba a la gente; pensaba que regresarían todos. Nadie se había ido para siempre; la gente se marchaba por un tiempo. Pero ahora solo espero la muerte. Morirse no es difícil, solo da miedo. No hay iglesia. El padre no viene por aquí. No tengo a nadie a quien confesar mis pecados.

La primera vez que nos dijeron que teníamos radiación, pensamos que era alguna enfermedad; que quien enferma se muere enseguida. Pero nos decían que no era eso, que era algo que estaba en la tierra, que se metía en la tierra y que no se podía ver. Los animales puede que lo vieran y lo oyeran, pero el hombre no. !Y no es verdad¡ Yo lo he visto. Ese cesio estuvo tirado en mi huerto hasta que lo mojó la lluvia. Tiene un color así, como de tinta. Allí estaba brillando a trozos. Llegué del campo del koljós y me fui a mi huerta. Y había un trozo azul. Y, unos 200 metros más allá, otro. Como del tamaño del pañuelo que llevo en la cabeza. Llamé a la vecina y a otras mujeres y recorrimos todo el lugar. Todos los huertos, el campo. Unas dos hectáreas. Encontramos puede que cuatro pedazos grandes. Uno era de color rojo.

Al día siguiente llovió. Desde la mañana. Y, para la hora de comer, habían desaparecido. Vino la milicia, pero ya no había nada que enseñar. Solo se lo contamos. Unos trozos así... (Lo demuestra con las manos). Como mi pañuelo. Azules y rojos.

Esta radiación no nos daba demasiado miedo. Mientras no la veíamos y no sabíamos qué era, puede que nos diera miedo, pero, en cuanto la vimos, se nos pasó el temor. La milicia y los soldados pusieron unas tablillas. A algunos...

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