Cómo vivir Cannes sin las estrellas - 20 de Julio de 2014 - El Mercurio - Noticias - VLEX 520498210

Cómo vivir Cannes sin las estrellas

Si la televisión engorda, Cannes, el Festival de Cannes, se expande de forma exagerada. Y todo lo que ocurre entonces puede ser desproporcionado. Porque si aparecen tanques en la Croisette, como este año, y en ellos vienen estrellas de la película Expendables 3 como Sylvester Stallone o Harrison Ford, la hipérbole cobra sentido.

Félix Cantillana, chileno que vive en el sur de Francia hace décadas y saca fotos del certamen, sabe que todo este despliegue es un espejismo cinematográfico que dura sólo unos días.

-Mira las fotos que he tomado -me decía Félix, y el visor de su Canon mostraba a gente como Ryan Gosling, la actriz francesa de origen argentino Bérénice Bejo, y varios famosos más.

Pero al momento de escribir estas líneas, Cannes, el Festival, ha bajado la cortina. Y las estrellas que andaban sueltas por las calles (como en una escena de La Rosa Púrpura del Cairo, donde las celebridades escapaban de la pantalla para caer en el mundo real) ya se han ido.

Con el fin de la fiesta, la velocidad de Cannes cambia: pasa de vertiginosa a una apreciable, y hasta sorpresiva, normalidad.

Cannes mismo es la estrella en estos días. Lo que era opacado por las luces del Festival sale a relucir: su poderoso encanto. Es algo que ya en el siglo 19 vio lord Henry Brougham, ministro británico que llegó a este lugar cuando era sólo un pueblo de pescadores.

Era 1834 y Brougham escapaba de una epidemia de cólera. Aquí encontró refugio y algo más. Cosas como el clima, y hasta el Bouillabaisse, una sopa de pescado común en la zona que terminó de convencerlo de que éste era un buen sitio para descansar sus huesos. A partir de ese momento, otros miembros de la clase alta europea empezaron a asentarse en las colinas Croix y Californie, y comenzaron también a moldear a este pueblo a su imagen. De aldea de pescadores pasó a ser sinónimo de distinción con la llegada del tren, de los hoteles de lujo y de la aristocracia.

-Cannes es una villa tranquila -dice Céline Barbosa, cannoise con raíces portuguesas, que vive en las afueras, por el barrio de Le Carnot. Ella y sus padres trabajan en la hotelería de la zona más central-. Cuando termina el Festival, descansamos algo más. A muchos aquí no le gusta la locura de esos días: mucha gente y malos ratos -dice, y marca el comentario con el característico sonido galo de fastidio: "pfff".

Ahora estoy afuera del Palais des Festivals, el enorme edificio de cemento construido en los años 80, donde se desarrolla el Festival y otros eventos (como Cannes Lions, de publicidad, en junio; Mipcom, en octubre; MIPTV, en abril, dedicado al mercado de la televisión). Las puertas del palacio están cerradas. Da igual: camino a la Oficina de Turismo y frente a ella veo el famoso...

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