El viñatero ermitaño - 4 de Noviembre de 2017 - El Mercurio - Noticias - VLEX 696034657

El viñatero ermitaño

Louis-Antoine Luyt no sigue ninguna de esas normas.

No envía sus botellas a los críticos. Tiene casi nula relación con sus colegas viñateros. Y este año dejó de hacer vino para comercializar el pipeño hecho por campesinos.

Sin embargo, tiene fama mundial.

-Es el viñatero más excitante del mundo -dijo de él Levi Dalton, el influyente podcaster de I'll Drink to That¡

La subida es para terminar con el corazón en la mano. En la cumbre de la colina están esparcidas parras de uva país y algunas de variedades blancas. La mayoría apenas alcanza la altura de una palma. Las más grandes llegan a la rodilla. Cada una crece como una planta aislada, no existen las ordenadas filas de viñedos que se pueden ver desde la carretera en Casablanca o Colchagua.

Louis-Antoine Luyt apunta a una colina que está al frente.

-Por ahí anda don Raúl trabajando sus parras.

Raúl Martínez vive y trabaja en Panguilemu. No es fácil dar con él ni con sus parras. Hay que recorrer 35 minutos desde Chillán rumbo a la costa, primero por caminos asfaltados y luego de tierra. Cada tanto, aparecen árboles quemados. Son las cicatrices de los megaincendios forestales del último verano. Ante la falta de señales en la ruta, es fácil tomar el cruce incorrecto si no se va con un conocedor. No es una tierra para turistas.

Pequeños viñateros como Martínez son el último eslabón en una cadena que partió en el siglo XVI. Los conquistadores españoles trajeron parras como país y moscatel. Su rusticidad les permitía sobrevivir solo con las lluvias y pocos trabajos agrícolas. Ideales para gente que vivía en la frontera sur del imperio.

La larga herencia, eso sí, resultó ser una bendición maldita. Esos viñateros, vendimia tras vendimia, reciben los peores precios. Hace dos años se llegó a pagar 80 pesos por el kilo de esa uva, un tercio de lo que se pagó por un kilo de cabernet sauvignon del tipo más básico. El vino que sale de esas uvas es considerado rústico para los paladares actuales. Por lo menos, el de los chilenos.

En el minivalle entre las dos colinas en que Martínez cultiva parras, está su casa. Junto a ella, una bodega de adobe. Luyt pide permiso para inspeccionarla. Adentro hay varios fudres tamaño XL. Uno de ellos, con capacidad para tres mil litros, tiene un vino blanco que Luyt pretende vender. Se encarama y saca las cenizas que cubren, por motivos sanitarios, la parte superior. Con una manguera llena un vaso.

El vino es corpulento y aromático. Luyt cree que de ahí puede salir uno de...

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