La vieja de E. Wilson - 4 de Octubre de 2017 - El Mercurio - Noticias - VLEX 694207601

La vieja de E. Wilson

La mayor parte de quienes tienen en su poder la candidatura a la Presidencia de la República hacen esfuerzos por comportarse como la vieja a la que Fitzgerald se parecía.

En sus intervenciones, por ejemplo en el debate de apenas ayer, todo, o casi todo, fue predecible, genérico y, a pesar de que quienes interrogaban eran todos premios nacionales -la inteligencia del país reunida, como en una cumbre amenazante, una emboscada a la ignorancia- no hubo caso: ninguno de los candidatos o candidatas levantó el vuelo , mostró una idea peculiar, algo que pudiera apelar a la inteligencia de los ciudadanos.

En vez de eso, hubo reiteraciones, ideas repetidas una y otra vez, ocurrencias -una ocurrencia no es lo mismo que una idea- para rebajar el sueldo de los parlamentarios, como si ello pudiera contribuir a mejorar la distribución del ingreso y reproches por el lugar que habitaba uno de los candidatos, justamente el de la ocurrencia, como si el domicilio fuera la seña del vicio o de la virtud.

¿A qué puede deberse que los candidatos y candidatas se esmeren por parecerse a la vieja del cuento de Wilson?

No a tontería, desde luego. Es más alentador para el futuro buscar otro tipo de explicaciones.

Una posible son las restricciones existentes a la propaganda electoral.

Se ha subrayado poco, pero las reglas relativas al financiamiento de las campañas y la propaganda electoral -todas ellas salidas de una mente capaz de curar los males de la corrupción y de la relación impropia entre el dinero y la política a partir de dos o tres variables- han llevado a los candidatos y las candidatas o a intentar una campaña imposible puerta a puerta o plaza a plaza o a llamar la atención de los medios masivos para siquiera aparecer ante los ojos y los oídos de la ciudadanía.

Y, como era obvio, los desafiantes, los más débiles, han optado por la segunda alternativa.

Es verdad que cuando las reglas de financiamiento y gasto eran distintas -cuando había más promiscuidad entre el dinero y la política y el gasto era más dispendioso- tampoco abundaban las ideas; pero al menos las campañas lograban encender la voluntad de las personas, despertar las emociones acerca del mundo en común y abrigar, siquiera por unos cuantos días, la ilusión de que el guion de la vida colectiva, por fin, se acabaría de reescribir.

Y, en medio de ese juego de ilusiones, casi siempre lograba...

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