Vidas prestadas en Alaska - 5 de Julio de 2015 - El Mercurio - Noticias - VLEX 576799170

Vidas prestadas en Alaska

En esa historia ella tenía 18 y él, 21. Entonces no podían intuir que no irían a Europa, que no conocerían Sudamérica y que ahora, en este momento de sus vidas, estarían sobre un tren cruzando Alaska, durante las nueve horas y 465 kilómetros que separan al Parque McKinley del puerto de Whittier, para subir al crucero Coral Princess y ahí, sin decirle a la tripulación -porque les da pudor- y sin descorchar champaña -porque ninguno toma-, celebrar lo que han logrado. Jim y Linda hoy tienen 71 y 68 años. Y este viaje -dice él- sería la forma de celebrar sus 50 años de matrimonio.

Afuera, por la ventana, por el techo transparente del tren, veíamos Alaska: los montes nevados, los bosques de pino, los territorios vacíos, sin carreteras que soporten el frío, que solo pueden recorrer los rieles y las tuberías de crudo y que nadie más toma, porque no se puede. Porque hay tierra que con esos inviernos de 40 grados Celsius bajo cero permanece congelada, a veces por más de dos años y eso hace que Alaska sea así, solitaria, durante siete u ocho meses al año. Un estado más grande que cualquier otro en Estados Unidos, más vasto que países como Chile o Alemania incluso, donde viven unas 737 mil personas, que solo se muestra desde mayo a septiembre. Porque ahí se termina el frío y pasa eso que Jim describe ahora.

-El otro día en Fairbanks casi no pude dormir. Nunca oscurecía, era como que el día nunca terminaba. Eso puede desorientarte, ¿sabes?

Estar tan cerca del Polo Norte hace que en ciertos lugares de Alaska la luz se extienda hasta las 3 de la mañana durante el verano. Después amanece a las 5.30. Y eso, como dijo Jim Browne, creaba la sensación de que no anochecía. La imagen, entonces, en el tren era esa: un vagón donde había muchos tipos de viajeros cruzando un paisaje cristalino donde era como si nadie envejeciese, donde los días nunca llegaban a su final.

Día 2-3:

Yakutat y Glacier Bay

La misión era simple: subir al Coral Princess, navegar los 2.764 kilómetros en los que uniría Whittier con Vancouver a lo largo de seis noches y escribir sobre lo que pasaba en ese viaje. Estaba yo, estaba Fran, estaba Jesús. Ellos ya habían hecho esto antes: un crucero por las costas de Japón que mostraron en el programa de viajes que él grababa y ella conducía. Entonces conocían las dinámicas que uno conoce cuando va por primera vez a un crucero. Sabían de las comidas formales, de los bufetes para el desayuno, los duty free de alta mar y esa cadencia que agarra el barco con las olas que lo hace mecerse como una cuna monumental de 330 millones de dólares, que avanzaba a un promedio de 18 nudos...

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