La vida privada en el zoo - 11 de Agosto de 2012 - El Mercurio - Noticias - VLEX 393844542

La vida privada en el zoo

De lo poco que se sabe es que trabajó en circos durante 14 o 15 años y que una vez, cuando sus dueños quisieron que se cruzara, agarró a su pareja y le dio golpes y mordiscos hasta matarla, en un brutal espectáculo que selló su suerte.

El veterinario Ignacio Idalsoaga lo vio por primera vez a mediados de 1997 en un circo que se instaló en San Bernardo, cerca de Nos. Cada cierto tiempo, el fundador y dueño del BuinZoo entra a los circos para ver las condiciones en que se encuentran los animales, pero esa vez le llamó la atención un grupo de papionas que estaban debajo de un camión amarradas a una cadena. Cuando se acercó, vio que arriba del vehículo había una jaula de un metro por un metro tapada con una lona.

-La destapé y me encontré con un papión de una melena increíble, pero pegoteada. El animal estaba hacinado en esa jaula, sucio, mal cuidado, mal alimentado y apenas podía moverse en ese espacio. Nada más me acerqué, se puso extremadamente agresivo, con una actitud desafiante que daba miedo -recuerda Idalsoaga.

Lejos de su hábitat natural -viven en zonas semidesérticas o en planicies rocosas de África-, a los papiones como Pancho se les conoce también como "mono poto colorado". Tienen mal carácter y una mandíbula fuerte, con largos colmillos, que los muestran para demostrar su poderío a la menor provocación.

Eso hizo Pancho con Idalsoaga, pero poco después de ese primer encuentro, cuando vio el mismo circo en Buin, el veterinario se decidió a hablar con el cuidador.

-Le pregunté si lo ocupaban para el show y me dijo que no, que el Pancho era demasiado violento para eso y que, por lo mismo, tampoco servía para la reproducción. Entonces, ¿para qué lo tienen?, le dije. "Para nada. No sabemos qué hacer con él", me respondió. Así que hablé con los dueños, les conté que tenía un centro de rescate animal y les propuse que me lo dieran para cuidarlo. Aceptaron, pero siempre y cuando les entregara otro animal a cambio. Volví cabizbajo, porque podía solucionarle la vida a Pancho, pero condenando a otro animal a esa realidad.

Finalmente Idalsoaga les pasó una llama, pensando que podría tener una vida más o menos normal en un circo, y le entregaron a Pancho en la misma jaula en que lo encontró.

-Nunca lo sacaban de allí, no le hacían limpieza. Era una vida muy triste la que llevaba. Lo cambiamos a otra jaula mayor, tres veces más grande, lo que nos permitía limpiarlo y alimentarlo. Pero no nos animábamos a una jaula más grande, porque no sabíamos cuál iba a ser su reacción. Podía escapar.

Ahí empezó un largo e incierto proceso de rehabilitación para Pancho.

-Me instalaba frente a la jaula y le conversaba, hola, cómo estái, y le traía cosas que le gustaban, almendras, frutas, nueces. Al principio me las arrancaba de una forma muy agresiva, pero de a poco fue disminuyendo esa rabia que sentía hacia el hombre, estaba cada vez más relajado y nuestra relación fue mejorando.

Idalsoaga siente que un hecho marcó la diferencia.

-Yo nunca había conseguido que me mirara a los ojos; Pancho siempre miraba para abajo. Pero un día, tres o cuatro meses después de su llegada, nuestras miradas se enfrentaron y sentí internamente que con eso él estaba perdonando al ser humano por lo que había vivido. En adelante fue una relación como de padre e hijo, muy filial. No sólo me recibía la comida en la mano, sino que yo me acercaba, algo que al principio me daba mucho susto porque me podía agredir, y comenzaba a expulgarme en los brazos. Generamos una relación extremadamente cercana. Sentí que ya éramos amigos.

Pancho había recuperado su esplendoroso pelaje en la cara y en la espalda y fue trasladado a una jaula más grande, donde empezó a dormir con calefacción, un lujo que jamás había tenido. Por esos días, en el Zoológico Nacional una hembra había sido abandonada por su madre y ya no...

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