LA VIDA EN OTRO LADO - 4 de Diciembre de 2016 - El Mercurio - Noticias - VLEX 654662809

LA VIDA EN OTRO LADO

Al llegar a Jeonju le pedí a un taxista que me llevara al barrio de los hanoks, las casas tradicionales coreanas. No se conservan muchas en el país; entre 1950 y 1953, los bombardeos se las llevaron casi todas. A eso se viene a Jeonju, entre otras cosas, a ver las setecientas casas de tejas de barro que se agrupan en un solo distrito de calles minúsculas. Di un rodeo lento y perezoso por entre casas particulares donde la gente extendía la ropa, restaurantes y bares de maekkoli. También me había prometido eso, una buena ingesta de vino de arroz fermentado. A las dos horas de estar deambulando y mirando todo dos veces cual forajido llegado de lejos, encontré un hostal a mi medida. Pagué por una habitación en una de estas casonas con patio interior de pisos empedrados y dejé mi maleta. Antes saqué el libro que estaba leyendo por esos días con la convicción de que no lo iba a abrir, pero aún así debía llevarlo conmigo.

El viaje de pie en el tren me dejó con hambre así que me lancé a buscar un sitio del que me había hablado un amigo francés que está casado con una jeounjunita. ¿Jeunjinitense? ¿Jeonjuniteña? La promesa de un bibimbap a la usanza de la cuna de la gastronomía coreana espantó el frío que ya se empezaba a notar. El otoño sería corto. Google Maps no sirve de mucho en Corea del Sur por asuntos relacionados con la Guerra Fría, así que lo mejor era pedirle ayuda a un local para encontrar el lugar. La señora a la que le pregunté -setenta o más años- me llevó a la puerta del restaurante medio arrastrándome, como se le lleva a un niño primerizo o a un buey caprichoso. A los pocos minutos tenía frente a mí un tazón humeante de arroz, hierbas de montaña, salsa de pimiento rojo picoso, huevo frito y el ingrediente especial: tiras de carne de res crudas, aliñadas para la ocasión. Son el equivalente al steak tartar. Las había probado en Seúl, donde las comí únicamente con los finos pedazos de pera y el aceite de ajonjolí que corona la carne, una combinación que hace de cualquiera un esclavo de este plato en segundos. En un restaurante de la capital mi bibimbap me habría costado unos doce dólares. En la pequeña ciudad en donde se inventó, me cobraron apenas siete.

Lo mejor para hacer tiempo mientras me tomaba mi maekkoli era visitar el Museo del Rey Taejo, donde está el único retrato suyo que sobrevivió a las invasiones mongolas y japonesas, a los incendios y a las guerras civiles. La parte antigua de Jeonju es toda caminable, pero si la pereza...

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