LA VIDA INFELIZ de una locataria de Plaza Italia - 30 de Octubre de 2021 - El Mercurio - Noticias - VLEX 877519359

LA VIDA INFELIZ de una locataria de Plaza Italia

Ocurrió después del 18 de octubre de 2019. Un día, María Magdalena González, de entonces 75 años, dueña de un local de artículos de oficina llamado "Mi librería", con 49 años de existencia en la avenida Vicuña Mackenna, vio a un joven rompiendo el pavimento con un martillo. Se acercó a preguntarle por qué destruía la vereda y su respuesta la desconcertó: "Para que aprenda a pisar la tierra que nosotros pisamos, no como ustedes, los ricos", le dijo.Alrededor, gran parte de las veredas estaban convertidas en ripio. A González se le vinieron a la cabeza aquellos recuerdos del campo. Esos callejones con siembras en los bordes que de chica ya había recorrido en el sur: la tierra y la pobreza. Un camino por el cual, a pesar de la caricatura, ella ya había transitado durante gran parte de su vida, porque González estaba lejos de ser una mujer rica.Su padre había muerto de tifus, luego de bañarse en un canal de regadío, cuando su madre estaba embarazada de ella con cuatro meses. La crió un padrastro que era empleado ferroviario y con él recorrió hasta Chiloé, como nómades, hasta que a los 18 años se vino a Santiago, a estudiar publicidad y periodismo gráfico, en la Universidad de Chile. Y acá se quedó. A los dos años se casó y cuando iba en tercero tuvo a su primera hija, que nació sorda.-Me retiré de la universidad y me dediqué a apoyarla 100% en su educación, hasta que terminó cuarto medio, porque el colegio para las niñas sordas era muy complicado -recuerda.Entre medio tuvo a su segunda hija y luego a su hijo. Los cinco vivían en el paradero 9 de Gran Avenida, en una casa que arrendaban. A su esposo lo había conocido en la universidad, mientras él estudiaba ingeniería, una carrera que tampoco terminó. Fue él quien en 1970 se instaló con la librería, cuando González tuvo que dejar todo para hacerse cargo de su hija sorda. La acompañó desde prekínder a cuarto medio y cuando se graduó, fue como si ella también lo hubiese hecho. González había aprendido tanto del mundo de los sordos como si lo fuese: sufría con la imposibilidad de conocer lo abstracto, había adquirido la agudeza de la lectura de labios y el lenguaje de señas. Tanto así, que las monjas del colegio donde su hija estudiaba la contrataron como profesora y eso la inspiró para retomar sus estudios.-Cuando ella salió de cuarto medio, yo me matriculé en educación diferencial y luego hice un posgrado en psicopedagogía. Tenía 34 años, era la abuela del curso -dice.A González le gustaba su...

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