La vida es una bicicleta - 14 de Marzo de 2015 - El Mercurio - Noticias - VLEX 561024694

La vida es una bicicleta

Francisco Villa fue criado por su tía paterna Olga Villa y su marido, Napoleón Ahumada, quienes siempre fueron para él sus verdaderos padres. En esa casa de Recoleta tuvo una infancia entretenida, inquieta, al aire libre. Con los cuatro hermanos del matrimonio, subían cerros, buscaban animales y bichos hurgando la tierra con palitos. Así con Carlos, el hermano mayor, encontraron varias arañas pollito que después ponían en frascos de vidrio, y al lagarto Juancho, una lagartija extra large a la que Francisco le confeccionó un arnés para sacarlo a pasear por el vecindario. Fue deportista desde niño: corría maratones escolares, patinaba, practicó karate y ping pong, andaba en skate y bicicleta. "Una vez lo llevamos chiquito a la piscina. No sabía nadar, pero se tiró un piquero detrás mío sin más. Era arriesgado, intrépido, el más aventurero. Se atrevía. No le tenía miedo a nada", afirma Napoleón Ahumada.

Estudió tornería en un colegio técnico de Recoleta. "Pero no estaba ni ahí con estudiar. Pancho quería recorrer el mundo, ser su propio jefe. Creía en las energías, las cosas naturales, quería ser feliz", dice Marcela Ahumada, su hermana. Sin embargo, intentó calzar en el molde tradicional: se casó a los 22 años con Elsa, su polola y vecina. Al poco tiempo, ambos tuvieron a Christopher (24) y Francisco se puso a trabajar como tramoya en Canal 13. Pero la relación no resultó, duró poco y Francisco cayó en una depresión larga y profunda. "Sufrió mucho. Dijo que se iba a ir fuera de Chile. Se puso aventurero después de su fracaso matrimonial. Vivía el día a día", cuenta su madre, Olga Villa. Fue entonces cuando empezó a acumular historias extraordinarias que luego nadie sabía si creerlas o no.

"El primer viaje que hizo fue a México. Allá se pasó con un espalda mojada a Estados Unidos y trabajó como chef en un restaurante argentino", cuenta su mamá. "Estuvo en Miami. Como al principio no tenía plata ni visa, contaba que un día tiró una toalla en la arena y puso un cartel que decía: 'Masajes latinos'. !Se le llenó de ñatas¡ Decía que era lo mejor que había hecho en su vida". Cuando lo descubrieron sin papeles, lo deportaron. En Chile, cuenta su familia, hizo el curso de bombero en San Joaquín. Vendió bolsos de cuero que él mismo cosía y aritos artesanales. También fue chofer de la Policía de Investigaciones en Arica. "Pero como era loco, volvió a irse a Estados Unidos sin papeles. Llegaba y se iba. Estuvo en Nueva York cuatro años. Aprendió el idioma, tenía una novia e hizo cursos de rescatismo y salvavidas", cuenta su padre.

Pero la policía de inmigración volvió a descubrirlo. Como era segunda vez que lo pillaban de ilegal, lo mandaron preso. Estuvo en una cárcel norteamericana un año. "Como él todo lo tomaba para bien, me llamaba y me decía que estaba súper, que parecía un hotel cinco estrellas, porque tenían hasta piscina".

Durante su reclusión en la cárcel se dedicó a comprar y estudiar libros de hipnotismo y a practicar con sus compañeros de encierro. Cuando regresó a Chile, en 2004, quiso desplegar sus nuevos conocimientos. Dijo que ahora era guardaespaldas y salía engominado, de terno y corbata, a trabajar. Dijo que ahora era hipnotizador. "'!Yaaaa¡', le decía...

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