Un viaje para morir sonriendo - 20 de Agosto de 2017 - El Mercurio - Noticias - VLEX 691614345

Un viaje para morir sonriendo

Ellos tienen su explicación:

"Como el hombre deja los vestidos viejos para tomar otros nuevos, así el espíritu abandona las cuerpos viejos y se interna en los nuevos. No debes llorar por él. En todo ser que nace hay muerte cierta, y en todo el que muere, nacimiento cierto. Siendo esto inevitable, no debes sentir tristeza".

Esta es la verdad absoluta para ellos. Pero no es verdad casi todo lo que nos dicen los libros y las tradiciones respecto del río Ganges. Tampoco lo de su ciudad milenaria, Benarés, encallada por más de dos mil años en sus orillas, que se llama Varanasi desde hace 60 años. Basta pasear por ella para saber que el río y la ciudad viven en el mundo de los mitos, de las leyendas, de las creencias que se repiten sin descanso y habitualmente sin verdad histórica. Pero ahora que la recorro, pienso que ojalá todo ser humano pudiera venir un día al Ganges y a Varanasi. No para tratar de entenderlos.

Solo para sentirlos.

Lo que se experimenta en medio de la multitud hace que nos encojamos como queriendo la protección del útero, pero al presenciar tanta fe terminamos con más esperanza en el género humano, algo que rara vez nos ocurre en Occidente.

Claves de fe y miseria

Tal vez no hay en el mundo una ciudad más sobrecogedora, y no digo algo que millones de seres humanos no hayan sentido antes. Hasta el más escéptico frente a la capacidad espiritual del Hombre titubea en Varanasi. Esa primera vez que estuve aquí era pura multitud. No había espacio para nada ni nadie. A orillas del mismo río, pero en la ciudad de Allahabad, muchos millones de peregrinos se habían reunido para celebrar una de las mayores ceremonias colectivas del planeta, el Kumbh Mela, que en una de sus versiones breves se repite por estos días en otras ciudades del valle del Ganges.

Aquella vez, muchos de los que celebraran en Allahabad se las habían arreglado para llegar también a Varanasi (casi vecinas, como Santiago de Valparaíso). Traían las cenizas de sus muertos para depositarlos en el río, y así ayudarles a alcanzar un paraíso eterno. Miles de hombres desnudos -vestidos de aire, como dicen los jainistas- llevaban en sus manos las cenizas de quienes deseaban salvar del dolor. Y se entiende: en otras latitudes la vida "es dura, pero no dura". Aquí, entre los hinduistas, es dura, pero dura demasiado: un sinfin de reencarnaciones.

Otros siguieron llegando ese día a Varanasi -como miles- a cumplir un mandato religioso: sumergirse en las aguas del Ganges con la certeza de hacer lo mejor para su vida eterna. Realizar abluciones -purificación ritual- y beber su agua pestilente, ya casi sin oxígeno, pero para ellos sagrada. "Esa agua no la tocaría ni con un palo", dice a mi lado una señora. Le encuentro razón.

"Lo que vemos ocurre por ignorancia", pensarán los que nunca olvidan que en la India hay unos 400 millones de analfabetos. Pero olvidan que las mismas rutinas de fe que ahora vemos las practican sabios y doctores, pobres y ricos. ¿Por qué lo hacen? Si no buscamos una respuesta a través de la fe, habría que retroceder mucho en el tiempo para acercarse a una improbable explicación histórica y sociológica (aventura que por ahora nos ahorraremos).

Estamos acostumbrados a repetir que India es símbolo de pobreza, como Europa es de riqueza. Pero hace apenas tres siglos, o menos, la situación era al revés. Mientras buena parte de Europa vivía azotada por las hambrunas, las guerras y el fanatismo religioso, en este valle del...

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