LAS VEGAS después de la dinamita - 24 de Julio de 2016 - El Mercurio - Noticias - VLEX 645626245

LAS VEGAS después de la dinamita

Los jugadores se ven diminutos. Enanitos perdidos en laberintos de máquinas desocupadas. Una fila de cuatro es la excepción: una abuela afroamericana, un abuelo en silla de ruedas, una abuela que fuma y una mujer con chaqueta de lentejuelas, quemando sus últimos cartuchos. El verdadero movimiento a esta hora de la tarde no está acá, sino que en los restaurantes y bares del falso Manhattan, entre los falsos adoquines de la falsa Gran Manzana, mascando trozos de pizza en New York Pizzeria o tomando cerveza y probando el pastel de pollo del Nine Fine Irishmen.

Lo mismo ocurre en el casino del resort Monte Carlo, o en los interminables salones de máquinas y mesas del MGM Grand. Restaurantes, bares y centros de eventos llenos; mesas y tragamonedas, apenas salpicadas de gamblers, jugadores. No es casualidad: a pesar de que 43,3 millones de turistas visitaron Las Vegas el 2015 (2,2 millones más que en 2014), los achaques de la llamada Gran Recesión que sufrió Estados Unidos el 2008 modificaron el comportamiento de los jugadores. Así lo reflejaron las cifras que en enero de este año sitios como CNN Money publicaron para explicar la tendencia: durante 2015 la industria de los casinos perdió 662 millones de dólares, y la caída ha sido constante en los últimos seis años. Y si bien los 271 casinos del estado de Nevada, que incluye a Las Vegas, en el oeste estadounidense, recibieron varios miles de millones en comparación al año 2010, también descubrieron que el dinero venía de gastos en comida, alcohol y eventos. "El juego está en retraso, es por eso que estamos perdiendo dinero", dijo a ese medio Mike Lawson, analista de investigación de la Junta de Control de Juegos. "Más gente está viniendo a Las Vegas, pero están gastando de manera diferente".

Es decir: mastican, beben, bailan. Pero no juegan dinero.

En una de las tragamonedas del casino New York-New York, Paul, 60 años, se pone de pie. Lleva un jockey con la bandera de Estados Unidos, chaqueta de mezclilla y bigote. Su aliento huele a daiquiris. Los ha tomado alternadamente con vasos de jugo desde las siete de la mañana. Si quiere comida, dice, la pide a su ubicación y camareras latinas o asiáticas se acercan para servirle lo que pida. A juzgar por su aspecto, parece verdad cuando cuenta que ha estado 12 horas sentado en el mismo lugar.

-Soy un tipo viejo. Amo jugar -me dice con voz ronca Paul, orgulloso gambler y camionero de Colorado.

Luego explica que es un invitado del hotel. Que no paga un centavo por hospedarse, ni por la comida ni los tragos. Que varios, por ser viejos jugadores, son invitados por los hoteles para hacer lo que ya pocos quieren: apostar su dinero.

-Ellos me traen aquí y yo juego. Eso es todo -dice Paul, antes de sentarse otra vez-. No tengo necesidad de salir. Gasto mi dinero y me dejan gratis...

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