La vía de la ontología de la afirmación al relato del si mismo en la filosofía de Paul Ricoeur. - Núm. 38, Septiembre 2006 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 56845633

La vía de la ontología de la afirmación al relato del si mismo en la filosofía de Paul Ricoeur.

AutorMena Malet, Patricio
CargoEnsayo cr

[1] 1 Ontología del actuar: fuerza de afirmación

Para recorrer esta vía es preciso detenernos en el momento afirmativo de la ontología, el cual se constituye en problema a la luz de la cuestión epistemológica del freudismo y del avance estructuralista. Es imprescindible recuperar esa "filosofía de la primacía del ser y del existir" [2], para así fijamos en la elección y cuestionamiento de una ontología militante que, a través de un ejercicio de convicción, se desarrollará gracias a la elaboración del concepto de afirmación originaria que posteriormente vincularemos con el testimonio y la atestación. De este modo, nos atrevemos a hacer el enlace entre la época de fundación y la del desarrollo analítico de la ontología del actuar y del padecer [3]. Este enlace nos donará las herramientas para mostrar y definir el concepto de fragilidad, considerando también, al interior del desarrollo del tema de la acción, la eticidad y la moralidad revelada en la dialéctica entre el sí y el otro, a causa de la elaboración del actuar y del padecer en el ámbito de la práxis y sus reglas constitutivas, que se desenvuelven en el proceso de interacción.

Situándonos en el contexto de un ensayo temprano de Ricoeur, a saber "Negativité et affirmation originaire", se debe dar cuenta de la apuesta por la ontología del "estilo en si", de gozo y no de angustia [4], pero que tiene en cuenta las filosofías de la negación (especialmente Sartre). Desde aquí, sabemos con certeza, en el decir de Patocka, que Ricoeur explícita esta ontología presente desde el retiro [5] en L'homme faillible. En esta obra de 196016] se halla explícitamente una "ontología de la finitud", que se vuelve, por cierto, ontología de las pasividades, pero también de la superación de lo finito. Por un lado, se nos cerraba nuestra estructura de abierto a causa de la encarnación, es decir, del cuerpo vivo, de esa carne que nos sitúa drástica y dramáticamente en un punto determinado del mundo, con su órbita limitada, así como nuestro campo visual. Posición qua perspectiva, que se transforma en la cerrazón, en la clausura del aparecer del mundo, en la imposición del límite de la percepción. Pero, por otro lado, antes que negamos la experiencia del mundo, el cuerpo nos abre hacia él desde la misma pasividad, desde esa otredad desde la cual puede emerger toda mismidad [7], en el sentido que "sólo al sentirse afectado por algo extraño, lo afectado se siente a sí mismo" [8]. La otredad de lo exterior en su modo de afectar nuestra sensibilidad nos deja en disposición afectiva para descubrir ese horizonte que hace que nuestra vida transcienda. El mundo en cuanto horizonte se presenta en relación de aperturidad, abriéndose una grieta en la clausura del ser, cuando la "experiencia de lo finito" pretende dejar cerrado ese desplazamiento entre lo afectado y lo afectante. El aquí de mi posición, o dicho en palabras de Jonas, el aquí de la vida, se extiende al acá, así como el ahora se extiende al dentro de poco, escapando al primer momento finito al cual parecíamos condenados a su sometimiento a través de la encarnación. La percepción resultando ser el paradigma del cierre, de la clausura impuesta por nuestra ubicación, es también aquella capacidad por la cual el espacio se abre a la vida [9].

Si el cuerpo tiene por primera y originaria función abrirme al mundo, entonces éste pasa a ser "el órgano de una relación intencional en la que el mundo no es el límite de mi existencia, sino su correlato" [10]. Significa esto, evadir y suprimir de una vez por todas el concepto de mundo como límite: más bien es el horizonte en el cual desenvuelvo todas mis capacidades y potencialidades; brevemente, es el campo de experiencia en el cual y por el cual me proyecto. De este modo, en cuanto ser proyectante el cuerpo como apertura nos remite al concepto de hombre capaz [11], si acaso podemos volcar los análisis al nivel de la intervención de mi propio actuar en el horizonte del mundo, que yo mismo voy hilvanando. Por ende, la iniciativa [12], en cuanto presente, responde a la categoría de apertura, la cual sólo es comprensible si el cuerpo mismo es la fuente de ese abrirse hacia; pero también la iniciativa responde a la categoría de pertenencia y de apropiación, sólo concebible como capacidad de apropiación.

Se puede decir sin conflictos que la carne, el cuerpo vivo, nos vuelve hacia los poderes más propios del sí, los cuales lo hacen capaz de ...: hablar, actuar, narrarse y someter su acción a una evaluación ética-moral. De este modo, el cuerpo nos pone frente a la alteridad en situación de receptividad.

Hasta aquí hemos examinado los dos modos más propios de la encarnación, a saber: el límite y la apertura. Sin embargo, aún no damos cuenta de cómo la experiencia de lo finito en cuanto límite puede ser superada y transcendida. La situación perceptiva es dependiente de mi posición-en-el-mundo, es decir, del grado cero o posición inicial que me permite ver y percibir sólo un lado, una cara de la cosa que veo y percibo. Se trata de un límite impuesto por mi propia posición, por mi calidad de yecto en el mundo. La visión en tanto determinada por su campo visual, que nunca supera su máxima capacidad perceptiva en razón de su dependencia a condiciones materiales y metabólicas muy determinadas, se vuelve el ejemplo más claro de esto que Ricoeur ha dado en llamar "experiencia de lo finito". Pues bien, esta experiencia de límite es superada a través del sentido, del querer-decir, del meaning, que viene a suplir la deficiencia perceptiva. ¿Quiere decir esto, que esta primera y ejemplar experiencia de finitud es superada por el verbo, por la palabra que significa? La respuesta no podría sino consistir en un rotundo sí. Pero un sí, una afirmación que se despliega a través de un movimiento sutil, pero de gran envergadura. Al respecto, podemos acotar lo siguiente: el cuerpo significa apertura, pero ésta a su vez, es vulnerabilidad, necesidad, acogida, recepción y, por último, expresión. Por lo tanto, mostrándosenos el cuerpo en su carácter de abierto y que abre hacia, no se puede dejar de considerar esta apertura en tanto finita, a causa de, por ejemplo, su posición de acogida que lo deja vulnerable ante el mundo, resultando un Cogito herido por éste mismo [13]; herida, que por lo demás...

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