Las Últimas fibras de Bellavista Tomé - 3 de Abril de 2018 - El Mercurio - Noticias - VLEX 707339013

Las Últimas fibras de Bellavista Tomé

Durante más de un siglo, la marca de Paños Bellavista fue sinónimo de prestigio y calidad, incluso fuera del país. Pero desde sus primeros hitos -como haber vestido a los soldados chilenos en la Guerra del Pacífico-, la fábrica fundada en 1865 recurrió a la mano de obra femenina para desempeñar una serie de procesos complementarios en la producción de telas. Para ellas significaba una fuente de ingreso que les permitía mantener a sus familias, y también el espacio donde en la práctica transcurría gran parte de su vida.

Según explica la profesora de la Universidad de Concepción Laura Benedetti, en la zona que experimentaría un auge industrial a mediados del siglo XX, "ellas si bien no son mayoría, van a tener una presencia relevante. Con el cambio de siglo, la industria nacional requiere más mano de obra y coincide la necesidad de la empresa de contratar a bajo costo con la de las mujeres de ser proveedoras". Pero esta inserción femenina no estaba exenta de dificultades: la académica señala que los salarios de hombres y mujeres desde siempre fueron muy desiguales para un mismo trabajo y socialmente no era bien visto que la mujer trabajara fuera del hogar.

Aprender sin parar

Con el tiempo, las generaciones se fueron sucediendo en la industria textil, por lo que era común que los hijos e hijas siguieran los pasos de sus padres y abuelos. También la mujer continuó su paulatina incorporación al trabajo, aunque como observa la profesora Laura Benedetti, se daba preferencia a los hombres en la manipulación de máquinas, mientras que surgieron una serie de oficios complementarios orientados a la mano de obra femenina, como por ejemplo, corregir fallas de las piezas de tela salidas del telar. Las zurcidoras se encargaban de arreglar con aguja e hilo los piquetes o fallas en la trama o dibujo del tejido, mientras que las pinzadoras extraían motas. Dobladoras y peinadoras torcían y acomodaban los hilos en los telares.

Para estas labores a veces se les capacitaba y otras dependían de la voluntad de trabajadoras con más experiencia para enseñarles. María Eugenia Orellana entró a Bellavista Tomé en 1963 (estuvo hasta 2002), con 16 años, luego de hacer un curso para más de cien zurcidoras, aunque "eso se iba aprendiendo con el tiempo, había que tener habilidad y buena vista". María Cristina Solar ingresó a los 17 años en 1967 (trabajó 42 años) junto a unas 60 operarias, y recuerda que "había viejitas mañosas que no nos querían enseñar el trabajo, porque...

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