La última chance de una fiscalizadora de aduanas condenada por torturas
Hay una frase que Ángela , de 41 años, repetía como un mantra cada vez que le tocaba hacer una fiscalización por drogas: "El cuerpo avisa", decía, mientras seguía con su mirada a todo ser humano que cruzaba por delante suyo: los pasajeros de un bus, los choferes y cargadores de un camión, los viajeros de un auto, los turistas que entraban y salían de la región de Iquique.Ángela llevaba más de una década en el Servicio Nacional de Aduanas. Sabía, por los cursos que había tomado y la experiencia de los años de trabajo, que en algún momento alguien haría un movimiento sospechoso y allá estaría ella para detectarlo. Buscaba ojos fugitivos, movimientos de manos, piernas inquietas, personas con abrigadas chaquetas bajo un sol sofocante y desplazamientos torpes en la fila. Un lenguaje corporal que, a pesar de ser solo una intuición, levantaría las alertas de su ojo infalible. Ángela sabía que detrás del nerviosismo casi siempre había droga escondida, aunque también sabía que por cada traficante que descubría, había decenas que se le pasaban sin que ella lo advirtiera.Hasta aquel viernes 20 de junio de 2019, Ángela era una funcionaria ejemplar. En su registro profesional acumulaba 39 procedimientos, en los que había decomisado 20 kilos de pasta base, 22 de marihuana y 40 de cocaína, en los 8 años que llevaba fiscalizando drogas. Había encontrado paquetes al interior de buses, en maletas con doble fondo, dentro de almohadas, en bolsas matuteras, en paquetes adosados como fajas a los cuerpos de los traficantes y, sobre todo, en el sistema digestivo de avezados "tragadores" de ovoides.Una carrera impecable que ese día, tras fiscalizar dos buses en el control aduanero del Río Loa, en el límite de las regiones de Iquique y Antofagasta, se vería empañada por una grave denuncia. Tres mujeres bolivianas, que habían sido detenidas con cocaína al interior de sus cuerpos, la denunciaron en la PDI por haberles sacado los ovoides mediante tortura. Decían que Ángela había utilizado el flexible de una ducha para apurar la evacuación de la droga. Una acusación que ella ha negado y que hoy, pese a todos sus intentos de defensa, la tiene condenada en primera instancia a 12 años de cárcel, mientras espera que la Corte Suprema decida si anula el juicio o confirma la sentencia.-Ahí empezó mi calvario -dice ella.Según los jueces que la condenaron, también el de las denunciantes.Ángela descubrió su vocación mientras barría. Tenía poco más de 20 años. Estaba haciendo aseo en la Asociación de Funcionarios del Servicio Nacional de Aduanas, de Valparaíso, cuando prestó atención a un seminario en el que participaban fiscalizadores. Por entonces, ella era empleada de casa particular y en sus horas libres apoyaba a su mamá, que era encargada de limpieza en la sede. Así, de oyente, se fue deslumbrando con la fiscalización.-Conversaba con ellos y les decía que era bonita su labor. Un día una abogada me dijo que si quería entrar al Servicio tenía que estudiar. Yo le dije que para mí la universidad era inalcanzable y ella me hizo los contactos en la Universidad de Aconcagua -dice.Le dieron un 40% de beca y se matriculó en técnico en comercio exterior. Trabajaba de día y asistía a clases de noche. Entre medio nació su primer hijo y cuando le faltaba un año para graduarse congeló la carrera. Su esposo, un cabo de carabinero con dos años en la institución, había sido trasladado a Iquique y ella debía partir con él. Se fue con la motivación de seguir estudiando en el norte, algo que reafirmó cuando el bus en el que viajaba fue detenido en el control del Loa. "Algún día voy a estar acá", dijo.El control aduanero del Río Loa es el mismo lugar que 13 años después, el Tribunal Oral en Lo Penal de Iquique fijaría como sitio del suceso de cinco delitos de tortura. El origen de...
Para continuar leyendo
Solicita tu prueba