La última cena de Carlos Meyer - 12 de Noviembre de 2011 - El Mercurio - Noticias - VLEX 331846278

La última cena de Carlos Meyer

"No tienes familia. No tienes vida social. Eso".Â

Carlos Meyer tiene 57 años, dos hijos que viven en Suiza, dos matrimonios fallidos, una novia, los dedos gruesos, la voz profunda, el humor cáustico, poco pelo y una casa pareada. Hasta hace dos semanas tenía un restaurante, El Europeo, el más premiado, de mantel largo, blanco, almidonado, la comida fina, servida en mesas escondidas tras vidrios empavonados en plena avenida Alonso de Córdova en Vitacura.

Pero veinte años, seis días a la semana, quince horas al día, dentro de una cocina, le pasaron la cuenta.Â

-La cocina se vuelve insoportable. El estrés, la presión, esa cuestión de estar siempre contra el tiempo. Y yo, que soy una persona nerviosa, la pasaba mal porque quería que todo saliera bien, y cuando las cosas no salían muy bien, cuando la cosa se vuelve un calvario, una pesadilla, hay que dar un paso al lado y asumir que la cosa no va a seguir como tu querías que siga.

El viernes 28 de octubre, Carlos Meyer fue incapaz de cocinar la última cena en su restaurante. Era el viernes del fin de semana más largo del año, Santiago estaba desierto, y en las mesas de El Europeo apenas había comensales. Era una noche aburrida, era la última, y Carlos Meyer, escapó. Se fue de copas, con su novia, a otro lugar. Volvió para bajar la cortina y al día siguiente, después de inventariar el lugar, le entregó el restaurante a sus nuevos dueños, cinco socios ligados a la familia Cisternas, dueños de los chocolates Varsovienne, con los que ha estado negociando durante los últimos meses. La cocina estará a cargo de Francisco Mandiola.Â

-¿Van a mantener tu carta?

-¿La comida? Todo va a cambiar. En un comienzo va a ser una transición como para que no se note, pero va a cambiar porque todo cocinero trae sus platos. Ojalá le vaya bien a Pancho (Mandiola). Él ha pasado por varias partes, ojalá que siente cabeza.

Carlos Meyer podrá estar más delgado de lo habitual, algo resfriado, un poco pálido, pero no arrepentido. Tampoco triste. No sólo logró vender una marca íntimamente relacionada con su nombre, que ya es difícil, sino que también se apresta a un cambio de vida.Â

-Oye- dice sentado en un Starbucks a pocas cuadras del restaurante, la mañana siguiente de haber firmado en la notaría la venta. -Cincuenta y siete años no es lo mismo que cincuenta. Son etapas en la vida. Hay que tomar una decisión de cómo vienen los próximos 25 años porque no queda mucho más tampoco. Quiero sacar la pata del acelerador...

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