Trujillo el corazón roto de las nanas peruanas - 29 de Septiembre de 2012 - El Mercurio - Noticias - VLEX 399940346

Trujillo el corazón roto de las nanas peruanas

Está soleado y en la casa A del lote 21, Miguel Ángel, sin polera y con los ojos lagañosos, abre una puerta y dice:

- Pues, me da un minuto.

Tres después, ya adentro, en una pieza pequeña, que es dormitorio, que es living, que es comedor, cuenta la historia de sus 16 años de vida, que para él comienza con el recuerdo difuso del aeropuerto de Lima y su mamá, a la que no le dice mamá, le dice Charito, subiéndose a un avión para trabajar en Chile.

Miguel Ángel tenía cuatro años y cero relación con su padre: lleva el apellido de un tío. Quedó al cuidado de su abuela, una vendedora ambulante de frutas, a la que acompañó a trabajar desde entonces y quien lo llevó al hospital público en cada uno de sus ataques asmáticos. Vivían los dos en esa casa y tenían que arrendar piezas a desconocidos para solventar los gastos.

Miguel Ángel mantenía contacto telefónico con su mamá. Sabía, por ejemplo, que trabajaba puertas adentro en un sector de Santiago llamado Peñalolén, y que ahí ella pasaba todos los días cuidando a dos niños, uno de su edad y otro al que ella conoció recién nacido y a quien no disimulaba en tratar como un hijo propio.

Con el tiempo, mientras él crecía, esas conversaciones telefónicas se tornaron impersonales, sucesiones de preguntas que Miguel Ángel no duda en calificar como interrogatorios: ¿cómo te has portado?, ¿cómo están tus notas?, ¿qué hiciste después del colegio?, ¿a qué hora llegaste anoche?, ¿tienes enamorada?

Su madre intentaba volver una vez al año a Trujillo. Casi siempre para Navidad.

En uno de esos viajes, cuando Miguel Ángel tenía 12, decidió, sin preguntárselo, llevarlo a Chile. Vivió con ella en la casa de sus patrones, conviviendo con una familia ajena, con niños ajenos, de modos que él desconocía. Sólo salía de la casa los domingos y el panorama más usual era ir a la iglesia.

Entró al colegio. Se peleó dos veces, hasta llegar a la sangre, con un compañero, por comentarios racistas. En 2010, en medio de los paros estudiantiles, le pidió a su mamá regresar con su abuela para no perder el año de estudios.

Ahí está: Miguel Ángel, sentado en la pieza, al lado de un camarote, se rasca los ojos, aún con sueño y conversa con un amigo que también está solo: su mamá se fue a trabajar a Argentina y su papá a España. Recuerdan las dos veces que los han asaltado el último año, una con pistola. Saca de un cajón un volante de una fiesta que dice: evento Playboy night. Lleva días pidiendo permiso para ir.

En la pieza, en el asentamiento humano, hay un X-box y un notebook.

-Le agradezco todo lo que me manda, pero siempre trata de compensar todo el cariño que no me da comprándome regalos, cosas. Y a veces, cuando llegan, me siento más solo. Cuando estuve en Chile, ella no era muy cariñosa y yo de vuelta tampoco sé ser muy cariñoso.

Miguel Ángel y su mamá no se ven desde hace dos años y medio.

En el humilde frontis de la casa de Antonhy, enclavada en un conflictivo sector de El Porvenir, se presentan dos miembros de una pandilla, probablemente de Los Pulpos. Preguntan:

-A ustedes. ¿quién los protege?

Desde adentro una voz responde.

-El de arriba.

No se sabe con exactitud cuántas asesoras del hogar peruanas trabajan en Chile. El Departamento de Extranjería del Ministerio del Interior lleva la cuenta de los últimos dos años: entre temporales y definitivos, se entregaron 17.675 permisos a mujeres que declararon ese giro laboral voluntariamente. Eso no incluye las que omitieron la información, ni estadísticas previas a 2011, ni quienes se encuentran no regularizadas. La cifra real debe acercarse, se estima, a las cien mil. De ellas, proyectan en el consulado, casi la mitad proviene de la provincia de La Libertad, en el norte de Perú, o sea, de Trujillo o sus alrededores.

Ese nivel de migración tiene un impacto considerable en la ciudad de origen: un cuarto de la población depende, en mayor o menor medida, de las mujeres que trabajan en Santiago. Son, además, de los estratos más vulnerables; el pasaje en bus a Santiago puede costar menos de la mitad que uno a Argentina, Brasil y diez veces menos que a Europa.

- El fenómeno comenzó hace unos 12 años; antes de 2000 Chile era el destino casi exclusivo de los trujillanos -dice César Acuña, alcalde de la ciudad, empresario de la educación y dueño del equipo de fútbol de la ciudad-. Y ellos fueron arrastrando a hermanos, primos y vecinos. Ocurre un fenómeno curioso: hay un tema de vanidad de irse; llegan con ropas nuevas, contando solo las cosas buenas de su vida en Santiago, pero muchas veces allá viven peor que acá. Trujillo es la ciudad de más crecimiento del Perú, hay inversión, los últimos años se han instalado cinco malls. No se puede decir que no hay trabajo.

- Dinero hay -dice Irma Ganoza, directora de la ONG Micaela Bastidas, que trata los problemas de las mujeres migrantes-. Pero la distribución es brutal y los sueldos realmente indignos; los índices de pobreza no bajan. Y la llegada de los malls ha agravado el problema: muchas veces el dinero que envían las madres desde Chile se gasta en elementos suntuarios, como celulares...

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