Tres días y una noche en Estambul - 3 de Agosto de 2014 - El Mercurio - Noticias - VLEX 522510914

Tres días y una noche en Estambul

La frase de Kemal -el protagonista de El Museo de la Inocencia, del Nobel turco Orhan Pamuk- está escrita en un muro del museo del mismo nombre, una de las joyas del Estambul actual. Kemal -un hombre que se enamora locamente de Füsun, pero que está comprometido con otra mujer- juega con fuego mientras colecciona objetos que han sido testigos de ese amor: objetos cotidianos del Estambul de su momento y de antes, igual que los que Pamuk ha encontrado -y resignificado-.

Es un museo-novela de amor fallido, cuyo escenario es Estambul: la ciudad transcontinental y milenaria; tierra de imperios y testigo de sus decadencias; inspiradora de sueños y también de nostalgias.

Un trozo de la ciudad ha sido guardado en esta casa roja del barrio de Çukurcuma, entre gatos, cafeterías y caminos zigzagueantes. Acaso Pamuk, a través de los objetos, ha querido reflejar la emoción que le produce esta ciudad: hüzün en turco puede traducirse como nostalgia o melancolía. Por lo que fue y ya no es. Por el esplendor de otros tiempos, de otros tantos tiempos mejores que hoy se intentan revivir en la Turquía moderna y del siglo 21.

Desde el mismo Museo de Pamuk se puede caminar unos quince minutos hasta Istiklal, una calle fundamental, una vía donde los contrastes Asia-Europa, tan propios de Estambul, abundan. Hay tiendas modernas y occidentales como Top Shop o Gap, mientras el aroma de la pipa narguile impregna el paso. Hay mujeres en minifalda codeándose con otras vestidas de negro, que sólo dejan su cara a la vista. Hay lugares tan sofisticados como el mismo Museo de la Inocencia (elegido el mejor museo europeo 2014) junto a reparadoras antiguas de zapatos y taxistas aburridos que toman té y comentan el día. Hay, sobre todo, la posibilidad de subir a cualquier edificio y ver, desde arriba, la tensión Oriente-Occidente convertida en paisaje: mirar el estrecho del Bósforo, que separa a Europa de Asia, y los puentes que unen a ambos continentes. De noche, iluminados, son casi un espejismo, que se combina con las luces que emanan de la torre Gálata, la Mezquita Azul, Santa Sofía y otros sitios imprescindibles.

Se cumple la fantasía de muchos visitantes: mirar Asia desde Europa. Aunque la diferencia entre ambos no sea fácil de detectar. En Estambul se siente lo asiático y lo europeo a cada paso: no hay fronteras entre esos mundos; quizás esas fronteras sólo están en las cabezas occidentales.

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-¿Quiere Raki de melón? ¿Chardonnay? ¿Malbec? -pregunta el barman del 360, un restorán de culto en calle Istiklal. No por elegante, sino por ecléctico, diferente, inclasificable, y sobre todo, por esa vista panorámica de la ciudad. New York Times dijo de él: una pequeña leyenda dentro del continente. Y hasta la entonces Reina Sofía de España firmó su libro de visitas.

Llegar al 360 no es fácil: es un restaurante que parece ocultarse. Una vez en la dirección, hay que subir en un extraño ascensor hasta el piso sexto, y seguir a pie al octavo, sin ver demasiado hacia dónde se va. Una vez ahí, mientras se contempla su panorámica de Estambul, lo que en realidad se aprecia es posmodernidad turca pura. No hay contradicciones en esta hibridez; la hibridez es su identidad. En un país donde el 99 por ciento de la población se declara musulmán, el barman habla de alcoholes y vinos como si estuviera en Francia. En algún sentido, lo está: cuando Estambul es europea, lo es en grado máximo.

Más allá de esta modernidad, la calle Istiklal también ofrece postales de hüzün: antiguas casas de pachás y de hombres ricos del Imperio Otomano; hermosas...

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