La travesía de las madres venezolanas - 26 de Diciembre de 2020 - El Mercurio - Noticias - VLEX 853465605

La travesía de las madres venezolanas

"Vea, guara, nos tenemos que ir como sea , porque estar en Chile va a ser lo mejor para nuestros hijos".Rubí Moreno no tenía huella digital. No es que tuviese los dedos despellejados, sino que no existía en los registros. Un día, cuando fue a comprar pañales para su hijo recién nacido, en un supermercado de Trujillo, en Venezuela, llegó a la caja y al momento de poner su dedo en el lector biométrico salió otra identidad. Es decir, alguien la había suplantado. Lo peor de todo, es que sin huella no había pasaporte. Y eso sí que era un problema, sobre todo a comienzos de 2019, cuando Rubí, con 24 años, quiso irse con su hijo fuera del país.-Cuando tuvo que poner la huella, el sistema nuevamente no la leyó. Fue hasta Caracas, que queda a 24 horas de nuestra casa, y no hubo manera de solucionarlo -dice Ruth Moreno, su hermana que vive en Rancagua.Ruth y Rubí eran las menores de ocho hermanos. Ruth tenía 30 años y había llegado a Chile en febrero de 2019, luego de una estadía de dos meses en Tacna, donde ya estaba su pareja. Ambos se instalaron en Rancagua y desde ahí le insistían a Rubí para que viajara, pero sin pasaporte era imposible.Rubí había tenido un hijo con un venezolano casado, que vivía en Chile y que hasta entonces se había mantenido ausente de la crianza. Pero el 22 de julio de 2019, él se transformó en su única opción para salir del país.-Él regresó a Venezuela. Tenía residencia temporal en Chile y, antes de volver a Santiago, pasó a verla y le insistió que lo acompañara.Rubí se comunicó con Ruth para pedirle dinero. Le dijo que llegando a Chile podría solicitar la reunificación familiar. Ruth le advirtió que desde hacía un mes, el Gobierno chileno estaba exigiendo una visa de turismo y que antes ya lo había hecho Perú.El viaje hasta la frontera tardó seis días. Llegaron a Tacna el sábado en la noche, sin dinero. Ruth llamó a algunas venezolanas que conocía allá y una le dijo que su pareja podía alojarlos. Ahí pasaron la noche. Al día siguiente fueron al consulado y se encontraron con un paisaje que no imaginaban. Por alrededor habían cientos de carpas y miles de personas esperando hacer el mismo trámites que ella recién estaba por iniciar. Eso la desanimó. Más todavía, cuando el padre de su hijo, a fines de esa misma semana, decidió cruzar solo a Chile, antes de que venciera su cédula. Rubí quedó en una ciudad que apenas conocía, sin dinero y alojando en la casa de un extraño.Carolina, de 40 años, abogada penalista, venezolana de Yaracuy, conoció a Rubí haciendo la fila en el consulado. Había llegado a Tacna dos días antes que ella. Por entonces, ese lugar ya era una especie de comunidad. Había una población de venezolanos que cada día se alimentaba de más viajeros: se les veía sentados en las maletas, haciendo cola, conversando, peleándose los turnos, vendiendo ropa, comida y medicinas. Había, incluso, un asentamiento. Un censo, que por entonces hicieron los mismos venezolanos, determinó que allí había 167 carpas repartidas por toda la calle.Pocos días antes que Carolina y Rubí llegaran, la Agencia de la ONU para los Refugidos (Acnur) había realizado una consulta a 305 venezolanos que pernoctaban ahí. El informe no solo hablaba de que habían personas en calidad de migrantes, sino que también de refugiados. Con esa información confeccionaron una serie de indicadores que daban cuenta de la magnitud de la crisis: 45% de ellos comía una o dos veces al día; 75% había tenido que vender dulces en los semáforos; 21% había pedido limosna; 47% no tenía acceso a un baño; 43% se alojaba en carpas; 97% buscaba ir a Chile por reunificación familiar; y 41% de los encuestado eran niños, niñas y adolescentes.En el campamento, las familias con hijos se juntaron en un lote al que llamaron "El grupo de los niños". A ellos se unieron Carolina y Rubí. Carolina venía viajando con su hija de 10 años y había dejado en su país a un adolescente de 17. Se estaba quedando en una pieza que su pareja, que vivía en Chile desde hacía un año y medio, le pagaba. Ella padecía de los mismos problemas que Rubí. Los sociales, económicos y migratorios: venía con un pasaporte prorrogado y la niña solo con la cédula.-¿Sabes lo que cuesta obtener un pasaporte en Venezuela? Es una locura. Sebastián Piñera fue a Cúcuta a decir que estaba en contra de las violaciones a los derechos humanos, pero cuando llegamos a la frontera nos negó el acceso a regularizarnos, pidiéndonos documentos que solo te los puede entregar el gobierno del régimen dictatorial. Eso no tiene lógica.Carolina hizo la solicitud de la visa tres veces. Las dos primeras se las rechazaron por falta de antecedentes: que no había adjuntado la partida de nacimiento de la niña y que no tenía el certificado de antecedentes peruano, le dijeron. En la espera se hizo amiga de Rubí. Todas las mañanas se juntaban en el consulado. Se pasaban el día en la fila, sin siquiera poder ingresar a las oficinas, y en la tarde, cuando la Acnur llegaba a entregar vales de comida a las familias con niños, ellas se iban juntas en el bus que las trasladaba hasta el restaurante, y de vuelta caminaban.-Vea, guara, vamos a Chile un rato -me decía Rubí-. Ir a Chile era ir a la avenida Bolognesi, donde siempre habían muchos chilenos comprando y comiendo. Ahí había una plaza y nos sentábamos a escucharlos hablar.Allí sus hijos jugaban, mientras ellas conversaban del futuro. Carolina cuenta que Rubí le decía que quería pasar por una ruta no habilitada, pero que ella...

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