Una trampa en el CAMINO DE SANTIAGO - 10 de Junio de 2018 - El Mercurio - Noticias - VLEX 727716193

Una trampa en el CAMINO DE SANTIAGO

Empapado por la lluvia, entré a la catedral junto a los peregrinos. Como ellos, recibí las miradas de admiración de quienes esperaban la misa. Fieles que contemplaban a los caminantes que se dejaban caer -exhaustos- sobre el histórico piso del templo. Ellos lo habían logrado y la gente parecía reconocer -con emoción- esa gesta, el triunfo de la voluntad y la fe luego de semanas para completar la centenaria huella.

Junto a ellos, me sentía reconocido, apreciado, celebrado. El problema era que yo había llegado ahí usando un truco.

Santiago de Compostela, en Galicia, España,es el lugar donde la tradición indica que se guardan los restos de Santiago, apóstol de Cristo, Patrono de España y razón de que tantas personas -al menos 300 mil cada año- hayan realizado, y siguen haciendo igual que hace siglos, una de las peregrinaciones más tradicionales e importantes del mundo.

Cuando llegué al final de esa ruta, desde luego yo no era un peregrino. No buscaba una experiencia mística ni caminé para ganarme la Compostela, el documento que certifica que el viajero ha cumplido los requisitos del Camino. Ni siquiera era un trekkero en busca de una ruta bien organizada y barata, la otra razón por la que muchos llegan a hacer ese circuito. Lo que hacía ahí era un trabajo: estaba probando una modalidad harto cómoda de "peregrinar": unas cuantas horas de marcha durante el día, mientras un vehículo de apoyo se encargaba de trasladar todo, desde la mochila hasta los propios viajeros, que podían decidir -en cualquier momento- que ya estaba bueno y que no querían dar un paso más, así que podían devolverse a la van y luego podían rematar el día no en un puesto de peregrinos, sino que un alojamiento cómodo, estiloso y de buena gastronomía.

Era una modalidad de peregrinaje promocionada por la autoridad turística local que, más encima, nosotros, un grupo de periodistas, experimentábamos en versión todavía más acomodada: caminábamos solo los tramos bonitos. Nos saltábamos, por ejemplo, las partes en que la huella iba pegada a la carretera o a sitios industriales. En cambio, podíamos quedarnos solo con la caminata por tramos en que el sendero se internaba bajo arboledas centenarias. O cuando cruzaba campos y pueblitos encantadoramente melancólicos.

Quizá por eso, por toda esa comodidad, a ratos sentía un poco de vergüenza. Quizá era el hecho de que, luego de dejar la van y empezar a caminar, pronto el encuentro con otros peregrinos (ellos sí, verdaderos peregrinos) nos...

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