La tiranía de la Apariencia en Nueva York
En el menú, no hay ni cortes ni tinturas. A Dry Bar, solo se va para un lavado y brushing. Veinte minutos y 40 dólares después, las neoyorquinas salen de nuevo, corriendo, con una cascada de rizos en la cabeza. Algunas vuelven a su casa para ir a dejar a sus hijos al colegio. Otras van a la oficina. Uno podría creer que se trata de un fenómeno anecdótico en el sur de la ciudad. Pero el éxito de esta cadena de bares de brushing, que ya cuenta siete locales en Manhattan, demuestra lo contrario.
En Nueva York, la apariencia es algo que hay que tomarse en serio. Ir al gimnasio, hacerse la manicure -un mínimo sindical, sea cual fuere el nivel de vida- no basta. En el último tiempo, una multitud de servicios empezaron a ser parte de la cotidianeidad de las neoyorquinas. Depilación y teñido de las cejas. Extensiones de pestañas (es decir pestañas falsas que se pegan, una tras una, sobre las naturales y que duran entre dos y tres semanas). Brushing sin cita de 7 de la mañana a las 10 de la noche.
-Estamos asistiendo a una uber-ización de la sociedad neoyorquina -dice Marie Gulin-Merle, directora de márketing estratégico para L´Oréal Estados Unidos, refiriéndose al servicio de choferes privados Uber.
-Aquí existe una aplicación para todo. TaskRabbit se preocupa del bricolage a domicilio; Instacart permite hacer las compras en el supermercado orgánico Whole Foods y recibir los productos a la casa en un plazo de una hora; FlyCleaners va a buscar la ropa sucia antes de las 11 de la noche y la trae de vuelta perfectamente planchada antes de las siete de la mañana del día siguiente. Y la belleza tiene también sus propias aplicaciones -agrega.
Prohibido dejarse estar
Hoy las mujeres de Nueva York ya no piden citas para ir al spa, donde la colorista o la cosmetóloga: la aplicación Beautified se hace cargo de eso para ellas. Y cuando tienen un evento importante, recurren a Glam Squad, una aplicación que funciona en colaboración con L´Oréal Paris y manda un maquillador y peluquero profesional a la casa, la noche misma.
-La gente en Nueva York no tiene muchas vacaciones, entonces cada minuto es rentabilizado -dice Marie Gulin-Merle-. Se piden las comidas, porque todos los restaurantes hacen delivery, y se usan aparatos como Nutribullet para hacer una sopa en no más de siete minutos. Cada gesto se inscribe en una carrera perpetua.
En ese contexto, no existe ninguna excusa para dejarse estar. Y cuando aparecen las primeras arrugas, el arsenal de soluciones, que existe también en otros países, parece de más fácil acceso en Nueva York.
-Los estándares de lo que parece ser tolerado socialmente evolucionan según la disponibilidad de las soluciones -explica Valerie Steele, historiadora de la moda y autora de "The Corset" (Yale University Press)-. Hasta la invención de la lavadora, se admitía cierto grado de suciedad en la ropa. Pero a partir del momento en que la adquisición de los electrodomésticos se democratizó, la gente empezó a encontrar espantoso que alguien pudiera llegar a la oficina con una tenida llena de manchas. En Nueva York, con el envejecimiento pasa lo mismo. Hay tantas opciones de las cuales escuchamos hablar en la televisión y la prensa.
Mediatizados como verdaderas estrellas, los dermatólogos son hoy soldados de esta lucha encarnizada. Invitados a los talk shows de Oprah Winfrey y Ellen DeGeneres, o a los matinales, estos expertos de las inyecciones promueven en directo sus últimas técnicas para erradicar las arrugas y se jactan de los efectos naturales de sus procedimientos. Convertidos en celebridades por su clientela de actrices o cantantes, son los nuevos Mesías de una sociedad que solo busca la perfección.
Entre ellos está el doctor David Colbert, quien logró montar un imperio en la Quinta Avenida. Una consulta gigantesca, que se extiende sobre dos pisos, donde se hace todo tipo de láser (rejuvenecedor, depilatorio, antimanchas, reductor de...
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