El tao del viajero - 19 de Enero de 2020 - El Mercurio - Noticias - VLEX 838957705

El tao del viajero

D e vez en cuando, en un viaje algo inesperado ocurre que transforma toda la naturaleza del itinerario y que permanece con el viajero. Burton viajó a La Meca disfrazado, como si fuera una broma, pero cuando al fin llegó a la Kaaba el escéptico se emocionó de veras. A veces me parece que hay una búsqueda fundamental en el viaje, la búsqueda de lo inesperado. El descubrimiento de lo imprevisto puede alterar una vida. Aquí siguen cinco epifanías que he tenido en mis viajes, inolvidables para mí, y que por esa razón me han servido como guía.UnoEstaba en Palermo, y me había gastado el dinero que me quedaba en un billete hacia Nueva York en el Queen Frederica . Transcurría el mes de septiembre de 1963: iba a ingresar en los Cuerpos de Paz, con el fin de optar a un destino en África. La fiesta de despedida que me organizaron mis amigos italianos la noche del adiós se alargó tanto que cuando llegué al puerto una banda siciliana interpretaba «Levando anclas» y el Queen Frederica acababa de dejar el muelle. En ese momento las fuerzas me abandonaron por completo.Mis amigos me compraron un billete de avión hasta Nápoles para que pudiera alcanzar el barco al día siguiente. Justo antes de subirme al avión, un empleado de la línea aérea me dijo que no había pagado la tasa de salida. Le dije que no tenía dinero. Un hombre detrás de mí, con un traje marrón y un borsalino también marrón, dijo: «¿Qué pasa? ¿Necesitas algo de dinero?», y me alargó veinte dólares.Eso resolvió el problema. «Me gustaría devolvérselos», le dije.El hombre se encogió de hombros. «Probablemente nos volvamos a ver. El mundo es un pañuelo», me replicó.DosPasé tres días de agosto de 1970 a bordo de un pequeño carguero, el motor Keningau , que iba a Singapur al norte de Borneo. Mi plan allí era escalar el monte Kinabalu. Mataba el tiempo leyendo y jugando a las cartas, sin variar nunca en el juego, con un hacendado malayo y una mujer euroasiática que viajaba con sus dos hijos. El barco tenía una cubierta destechada para la tercera clase donde un centenar de pasajeros dormía en hamacas.Era la temporada de los monzones. Yo maldecía la lluvia, el calor y los ridículos juegos de baraja. Un día el malayo dijo: «La mujer de uno de mis hombres dio a luz ayer». Me explicó que los peones del caucho viajaban en tercera y que algunos iban con sus mujeres.Yo le dije que quería ver al bebé. Él me llevó abajo y, tras ver al recién nacido y a los padres resplandecientes de orgullo, el viaje se...

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