Un filósofo suelto en Ñuñoa - 12 de Abril de 2014 - El Mercurio - Noticias - VLEX 504865886

Un filósofo suelto en Ñuñoa

Humberto Giannini repitió tercero medio a propósito, tomó sus cosas y lo hizo: se fue de la casa. Su padre, un abogado que se dedicaba a escribir novelas, un hipocondríaco obsesionado con su propia muerte, quería que su hijo mayor, un adolescente solitario y contemplativo que ya empezaba a fascinarse con las primeras lecturas filosóficas, estudiara algo práctico que le permitiera hacerse cargo de la familia. Mecánica dental, le sugirió. A Humberto Giannini no le quedó otro camino que escapar.

-Estaba en crisis de personalidad, era absolutamente rebelde y mi padre absolutamente tirano.

-¿Y su madre?

-No se pronunció. Ella era muy sumisa. Le dio mucha pena, pero no podía hacer nada.

Terminó el colegio en un liceo nocturno y trabajó durante un año en la marina mercante.

-Fueron aventuras puramente interiores, de quedarme extasiado mirando el mar una noche, de descubrir que era muy hermoso el mar, pero que era más hermoso volver a estudiar.

-¿Cómo eran esas conversaciones consigo mismo?

-Es difícil, porque uno se puede hacer mucha trampa, pero trato de no hacérmela. Eso puede ser una definición de filosofía, tratar de ser honrado consigo mismo.

-¿Fue un viaje a su interior?

-Sí. Es muy jerárquica la marina, incluso la mercante. A uno le asignaban a un oficial al que tiene que responderle y del que uno aprende. Y hay que aprender cosas muy teóricas y hermosas, como a ubicarse en el mar usando el teorema de Pitágoras, pero también a mandar a los suboficiales. A veces estaba con los pasajeros, pinteado con mi uniforme de oficial, y de repente me hacían limpiar el piso delante de ellos.

-¿No se angustiaba?

-No, porque tenía proyectos.

A los 20 años entró al Pedagógico a estudiar Filosofía y más tarde hizo un posgrado en la Universidad de Roma. Humberto Giannini -Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, miembro de número de la Academia de la Lengua, profesor emérito de la Universidad de Chile y prolífico autor de libros- es hoy uno de los filósofos más destacados que ha producido Chile, uno que "habla en simple" y que ha centrado sus teorías en la cotidianidad, obteniendo material para ellas en sus largas caminatas por las veredas de Ñuñoa, donde vive hace 35 años en una casa amarilla con puertas y ventanas verdes, flanqueada por una frondosa buganvilia fucsia. Una casa sencilla para un hombre sencillo, en una comuna caminable.

-Amo la calle.

-¿Qué sacaba en limpio en esas caminatas?

-Mucho, mucho. Ir a comprar, conversar con gente en el camino, es no tener fin, no tener propósito, sentirse muy liberado de las obligaciones.

-Podría confundirse con flojera.

-No, no. Es ser inquieto y querer estar suelto, no amarrado. La calle da esa sensación de ser uno más y de ser diferente a los demás. La ciudadanía está en la calle, no en la casa. Me gusta salir a comprar y hasta el año pasado me iba a la facultad caminando. ¿Cuántas cuadras serán? ¿Doce? Y volvía a pie, pero eso ya no lo podría hacer ya.

-¿Qué buscaba usted en la filosofía?

-Comprenderme a mí mismo, comprender a los demás.

-¿Qué saca uno con pensar tanto?

-El pensamiento no es de uno, nos llega de alguna parte. Me complico, pero hay gente que se complica con el auto que se quiere comprar. Hay distintos tipos de complicaciones: la mía me hace dormir bien. A veces, las...

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