Sobrevivir en el kilómetro cero - 21 de Septiembre de 2014 - El Mercurio - Noticias - VLEX 530475206

Sobrevivir en el kilómetro cero

A una distancia de Santiago que equivale a viajar unas 19 veces entre la capital y Viña del Mar, este poblado es una de las zonas más aisladas de Chile, excepto cuando se celebra su principal fiesta en julio, llamada Killpa, que dura tres días y consiste en el floreo de animales, en este caso llamas y alpacas.

Los rebaños de ambas especies se mezclan en un entorno extremo salpicado con bofedales, cursos de agua, macizos cordilleranos nevados, caseríos y, sobre todo, vientos que irrumpen a veces a casi 100 kilómetros por hora y que no respetan ninguna estructura endeble.

De ahí el significado de su nombre, "zumbido del viento" en lengua aimara, etnia indígena que conforma casi toda la población del pueblo y de la comuna de General Lagos, a la que pertenece, donde abundan los apellidos Condori, Apaza o Pancara.

A tiro de piedra se encuentra el pueblo boliviano de Charaña. Son menos de cuatro kilómetros de distancia, y pese a la existencia de controles migratorios para ir o venir desde Bolivia, más que por nacionalidad, los parroquianos se diferencian más bien por familias. Todos juntos aprovechan una feria que se instala en plena frontera para intercambiar sus productos u ofrecerlos a los escasos turistas que, poniendo sus pulmones a prueba, se aventuran por la zona.

En un día soleado los locales agradecen temperaturas que bordean los 15°C, pero en las noches la norma es vivir bajo cero, con extremas de -10°C o incluso menos. Si afuera de las casas no hay mucho que hacer, adentro tampoco.

-Aquí no se puede cultivar. Nuestros alimentos son para comerlos en el momento, como la carne de llamo, porque solo tenemos luz pocas horas al día, gracias a motores a combustible, y son pocas las personas que tienen un frigider o una tele.

Quien habla es Julia Villanueva, de 60 años, residente de la calle Luis Cruz Martínez, uno de los nombres de héroes chilenos de la Guerra del Pacífico con los que fueron denominadas la mayoría de las arterias del pueblo.

Emiliana Blas (38), ganadera y dueña de casa, se pasea por la plaza junto a uno de sus cuatro hijos. No tienen mucho más en qué entretenerse. También se queja de la falta de luz eléctrica las 24 horas. En su caso, no tiene un motor a petróleo para iluminar su vivienda. "Por eso tampoco tengo tele o refrigerador", dice antes de ir a su casa para preparar el almuerzo a sus hijos.

Mientras se trepa en una pandereta junto a una casa típica de la zona, de adobe, piedras y techo de paja brava y calaminas, para...

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