De sitios y no-lugar. - Núm. 2003, Septiembre 2003 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 56583952

De sitios y no-lugar.

Autorvan de Wyngard, Fernando
CargoLa patria y la lengua materna en la poesía

(1)

El hombre es un ser localizado. Su estado constitutivo es el de aparecer arrojado sobre dos suelos primarios: la madre tierra y la lengua madre. Ambos suelos hacen posible la configuración de la patria, como dirección a la herencia: como paso de la tradición a la tarea, de la memoria al deseo.

Pertenencia doble: a tierra y lengua. Las dos conforman la duplicidad del territorio. Porque tierra es, también, una trama de significación, en equivalencia a la lengua. Ejemplos de ello son la presencia articulada que hacemos en las huellas, los rodeos, las pendientes, los umbrales, los claros, los bordes, con los que contamos sintácticamente en la función generativa de nuestro habitar; al igual que en los giros de las estructuras lingüísticas. Ambos, ser del lenguaje y ser de la tierra, tienen y posibilitan al ser del hombre.

El lenguaje nomina las experiencias basales, de modo que su sintaxis se relaciona con la sintaxis del medio físico, en que viene a la luz y opera, como doble refracción. La cultura griega da cuenta de esto con numerosos casos ejemplares de metáforas, asociadas especialmente a la experiencia cognitiva, bajo el paradigma del predominio de la luz solar y la visualidad.

Al contar con ambos suelos sustentantes el hombre articula un tercer topos, sobre la base de su pertenencia a la comunidad, y que es el ángulo de entrada por el que ingresa a hacer del núcleo desplegante de su oficio una profesión. Semántica del acto profesional: qué signos hay de lo que nos ocupa para ocuparnos de ello entre los demás hombres.

Y puesto que el lenguaje común es siempre residuo de una poesía primitiva, la fundación de un lenguaje opera primordialmente en el fundamento de pertenencia territorial del poeta, a quien le es posible sustraerse a la función pública del habla (al comercio lingüístico, al trato, a la negociación cotidiana) para hacer aparecer en él la voz oculta de la neutralidad: aquello que no es ni-los-unos-ni-los-otros del diálogo, sino sólo la potencia que subyace a este mismo diálogo para mantener ligados en él precisamente a unos y otros.

Esta potencia es el habla originaria, la que, si bien habla "dentro" del habla pública (dinamizando la raíz de sus componentes), no es -en cuanto habla originaria- la cultura sino la crisis la que en ella habla. En verdad, la modulación de la crisis, vale decir, una obra.

En ambos, tierra y lengua, se mantiene velada, oculta la neutralidad que está por debajo y al interior de la trama de significaciones, y que permite significar, en cada caso y cada vez, tanto topográfica como lingüísticamente.

La naturaleza en su sentido último y total es así lo neutro. Toda esa totalidad, en tanto recorrida por un impulso de despliegue, acciona desde el interior mismo la aglutinación arbórea...

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