El secreto del Morro - 4 de Febrero de 2017 - El Mercurio - Noticias - VLEX 664123277

El secreto del Morro

Pero no venían. Para marzo de 2010 tenía 73 años. Era un marino en retiro, devenido en anciano de los testigos de Jehová, con una salud delicada, que incluía cuatro bye pass, una discopatía lumbar y cáncer a la próstata. Era justo decir que llegaba al final de su vida, cuando el teléfono sonó: dos policías de la PDI de Arica necesitaban verlo. Le preguntaron si podía trasladarse al norte. Él respondió que no tenía los recursos. Los policías le dijeron que lo irían a buscar. Eso le dio tiempo, al menos unos días, para advertirle a su familia lo que vendría, lo que sabrían de él, lo que no se había atrevido a contarles.

Enrique Guzmán y Rosa Otárola, los policías, estaban dedicados a tiempo completo a casos de violaciones de derechos humanos y los meses recientes habían trabajado en la desaparición de Grober Venegas, quien los últimos días de 1975, cuando tenía 43 años fue sacado de un cuartel de la PDI por un grupo de inteligencia del Ejército, donde estaba acusado de supuesto tráfico de drogas. Tras eso, no se lo volvió a ver. Guzmán y Otárola habían logrado un avance sustancioso en esa causa: un militar había confesado la ejecución, solo faltaba encontrar el cuerpo que, se suponía, estaba enterrado en algún lugar del valle de Azapa.

El 25 de marzo de 2010 los policías pasaron a buscar a Bernabé Vega.

-Parecía que quería sacarse un peso de encima -dice el detective Guzmán, sentado en un edificio patrimonial de Antofagasta, mientras ordena mentalmente cómo sucedieron las cosas esa tarde y se da cuenta de cómo unas pocas palabras lo tuvieron ocupado casi cinco años.

Los policías hablaron como suelen hablar los policías de la Brigada de Derechos Humanos: preguntando generalidades, escondiendo sus cartas, soltando algún dato relevante de vez en cuando, escondido en formalidades.

-Era rutina. No nos interesaba él, era para chequear una información -dice la detective Otárola en un salón de la brigada, ubicada en Providencia. El caso fue una especie de iniciación para ella: llevaba menos de un año trabajando.

Le preguntaron sobre los integrantes del equipo de inteligencia en 1974. Vega los enumeró. Le preguntaron si había sido parte de una ejecución. Vega relató cómo sacaron a un detenido del cuartel, lo llevaron a la cuesta de Acha, encontraron un pique y lo arrojaron. Los policías tenían la confirmación. Insistieron si esa fue la única ejecución en que participó. Vega asintió. Nunca había sido interrogado por causa alguna. "La única fue la del homosexual".

Los policías se miraron: Grober Venegas fue asesinado en Azapa, no en Acha. Y no era homosexual. A Bernabé Vega le llegó su momento.

Los CIRE eran las células básicas del entramado de inteligencia de la dictadura en regiones. Operaban discretamente, sin el aparataje formal de la DINA. Se formaban los equipos con miembros de distintas instituciones, rescatando lo que había a mano en cada ciudad tras el golpe del Estado. A la PDI le tomó casi un año dar con la planilla total del CIRE de Arica, una decena de nombres que tenía gente del Ejército, Carabineros y dos de la Armada: Héctor Morales y Bernabé Vega, quien, al menos en el papel, era el segundo a cargo, por su trayectoria: había entrado a la Escuela de Grumetes en 1954, sido tripulante del crucero O'Higgins, del Huáscar, la Esmeralda, completó cursos de capacitación y mando, antes de ser destinado a Arica en 1971, donde fue el encargado del resguardo de la frontera y de la franja marítima. Vivía allá con su mujer y una hija. Pocos meses después del 11 de septiembre, le avisaron que sus funciones cambiarían. De su declaración al juzgado del crimen de Arica. "El gobernador marítimo me dijo que yo y otro marino íbamos a tener que trabajar de civil. Yo no tenía cursos de inteligencia, pero sí buenas calificaciones. No quería el cambio, pero no podía negarme".

El CIRE se instaló en una casa en la vereda norte de la actual avenida Diego de Almagro, casi al llegar a la rotonda Azapa. Había una avícola al frente. A cargo quedó el capitán Ricardo Padilla. En la primera reunión formal, se hicieron una idea del trabajo que harían. De la declaración de Morales, el otro marino: "Vino un superior de Santiago y nos dijo: yo soy el mayor Araya. A mí me dicen el Jote porque tiraba vivos a los curas al Mapocho. Esto es un servicio de inteligencia y el hueón que se quiera retirar de esto o no cumpla las órdenes, lo mando cortao altiro".

Arica no era una ciudad especialmente activa entre las organizaciones contrarias al régimen. Las tareas inicialmente se centraron en hacer contraespionaje a posibles espías peruanos y bolivianos. También resguardaban el segundo perímetro de seguridad en las visitas de Augusto Pinochet a la región. Otras veces simplemente salían a escuchar conversaciones de la gente en la calle. Todos los miembros del CIRE usaban chapas, para proteger sus identidades. Bernabé Vega propuso hacerse cargo de todo el papeleo y así, según él, evitarse las salidas a terreno con miembros del Ejército, que solían terminar con detenidos en la casa de Diego de Almagro. "Con el paso del tiempo, y por comentarios realizados por los otros funcionarios, a algunas personas detenidas se les llevaba a lugares alejados y se las ejecutaba", declaró Vega.

Por ser un grupo pequeño y de gente que no se conocía previamente, el ambiente solía tensarse. A fines de 1974 organizaron un asado para recibir a una autoridad que venía desde la cúpula de inteligencia de Santiago. La celebración duró hasta muy tarde, con la mayoría muy tomados. Un sargento, de apellido Henríquez, estaba especialmente ebrio y comenzó a hacer un discurso al menos inusual, dada la audiencia. De la declaración del marino Morales: "Dijo que los militares estaban mejor con Allende que ahora. Esto lo escuchó el superior de Santiago, que también había tomado. Nos llamó y nos ordenó que lo hiciéramos desaparecer. Como Henríquez tenía que viajar a Santiago al día siguiente, yo me embarcaría en su lugar, con el carné de él".

Los dos miembros de la Armada quedaron helados; la orden era de ejecución inmediata, apenas terminado el asado. Ambos dilataron la misión, esperando que reinara el sentido común, pasada la fiesta. Bernabé Vega intercedió frente al mayor la mañana siguiente, quien lo recibió serio y dio una explicación sobre la orden de la noche anterior: estaba curado. Los marinos lo entendieron: el CIRE operaba tan debajo de los radares, que no había reglas. De la declaración de Morales: "De ahí en adelante decidimos ir informando siempre entre nosotros, los no militares, dónde estábamos. Al menos para que si nos mataban, supieran dónde estaban nuestros cuerpos".

Casi 40 horas y 2.600 kilómetros, estuvieron los dos policías con Bernabé Vega en la ruta entre Concepción y Arica. Hablaron superficialidades, cortesías para hacer más llevadero el trayecto, pero les seguía dando vuelta la frase: la muerte de un homosexual. Hasta donde sabían no había ningún antecedente de un crimen por orientación sexual cometido por agentes del Estado en Chile y de haberlo, asumían, habría sido ya conocido, un tema nacional. Pero, ¿por qué alguien...

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