Salvados por las olas - 24 de Enero de 2015 - El Mercurio - Noticias - VLEX 554031838

Salvados por las olas

"Comencé a seguir a Arturo, lo empecé a mirar como un líder. Lo acompañaba a la playa, hasta que me decidí y me metí al mar. Fue como una droga, una adicción. El body board me liberó de lo que estaba viviendo", dice Mario, a sus 25 años, sentado en la arena mirando las olas.

Una pieza de palos

Pequeñas casas de colores se amontonan en los cerros de Antofagasta, una sobre la otra, como un rompecabezas gigante. En medio está la población El Golf, donde Arturo Soto, de 34 años, vive con su abuela en una casa celeste de ladrillos y madera. Él fue uno de los primeros vecinos del barrio en meterse al mar con una tabla bajo el brazo. Eso fue en 1992, cuando tenía 13 años, y vivía en la misma casa que hoy, pero solo. El lugar era de su abuela y estaba abandonado. Arturo se había ido de la casa de su madre porque su padrastro, que tenía problemas con las drogas, le pegaba. Solo en esa casa, bajaba con su tabla las 10 cuadras que hay entre la población y la playa enfrente de las petroleras de la ciudad. Allí, un día, junto a un amigo descubrió una ola que nunca nadie había surfeado.

"Gritábamos, no podíamos creer que habíamos encontrado una ola tan buena. Subimos corriendo a la población a contarles a los demás y nadie nos creyó. Así que empecé a ir solo. Ahí comencé a crear una conexión con el mar", recuerda Arturo.

La pieza donde dormía entonces estaba construida con palos y apenas amanecía, a las seis de la mañana, los rayos de luz entraban por todos lados en su habitación. Así, no podía seguir durmiendo y partía a surfear. Luego se iba al colegio, el Liceo A22 -ubicado en el sector norte de la ciudad, cerca de La Portada-, con el pelo mojado y la sal pegada en el cuello. Apenas salía de clases, volvía al mar, y ya de noche regresaba a su casa exhausto para dormir. Allí, en su pieza, soñaba que algún día viviría del body board, que estaría siempre en el mar.

"Yo también fui de los niños que estaban en la esquina en mi población, pero llegaba tan cansado de la playa, que después casi no iba. Tampoco me metí en cosas muy malas que me marcaran la vida o que me trajeran muchos problemas. Mantuve un límite", dice.

Durante cinco años, Arturo fue a surfear la ola que había descubierto. Uniendo dos sílabas de los sobrenombres que usaban él y su amigo, la llamó "ola Budeo". Dice que era tanto lo que iba al mar, que bastaba que se fijara en el viento para saber cómo iban a estar las olas. Además, se dio cuenta de que si en Santiago había temporales, eso se reflejaba dos días más tarde en Antofagasta, a través del mar.

Después de un tiempo comenzaron a llegar otros jóvenes surfistas a la playa, unas cinco a diez personas al día. Arturo tenía 18 años y era el único que sabía correr esas olas, los demás aprendían mirándolo. Uno de ellos era Mario, el niño que miraba a Arturo surfear desde la arena. "Para mí fue como que me saqué el gorro, la visera que yo tenía, porque yo solo miraba mi barrio. En la población, la conversación en la esquina siempre era delinquir. En la playa no, allá estaban todos divirtiéndose, no había maldad, no había pensamientos de hacerle daño a otra persona, ni de robar. Era una familia, todos se cuidaban. También había personas de otras clases sociales y con ese roce con...

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