De salitreras y otras historias - 3 de Enero de 2016 - El Mercurio - Noticias - VLEX 590964798

De salitreras y otras historias

Detrás de un mesón y delante de unas estanterías, Manuela Rodríguez Merubia (86), la mayor de cinco hermanos, atiende el negocio familiar levantado en 1938 al alero de las salitreras que rodeaban el pueblo.

En estos días no entra mucha gente. Pero la "Mariquita", como la conocen, cuenta que en su época de esplendor no cabía un alma en el lugar.

Manuela nació en 1929. Seis años después llegó junto a su familia a la salitrera Santa Rosa, justo al frente del pueblo en el que lleva 80 años. Lo hicieron cuando se celebraba el carnaval de verano.

-Mi mamá venía con una hermana chica mía, muriéndose... Se murió no más, la gente estaba en fiesta y mi mamita con su hija muerta.

Lo cuenta emocionada, pero sin quebrarse. Es una mujer fuerte, que debió hacerse cargo de su familia cuando, con solo 13 años, su madre murió.

Antes de eso, vio cómo su familia comenzó a surgir. Su padre ganaba $1 y su madre vendía harina que molía en una piedra. Se salvaron de la segunda oleada de muertes del tifus exantemático, que trajeron los piojos, y que entre 1932 y 1939 se llevó 48.981 almas.

-Salían de 7 a 8 muertos diarios, así que algunos vecinos que fumigaron su casa nos convidaron una pieza, hasta que logramos instalarnos.

Interrumpe un cliente, quien viene por algunas verduras para el almuerzo, las que pesa en una romana, mientras sigue desempolvando el pasado. "Nosotros tres somos solterones", dice respecto a su hermano Adrián (75), con quien atiende el negocio, y su hermana Leonidas (82), profesora jubilada.

En el local, unos tambores guardan los granos . Las paredes de adobe, que desnudan su origen de fines del siglo XIX, coexisten con un muro levantado tras el terremoto de 2005, que se llevó muchas construcciones similares en Huara.

-Este local fue primero una casa de cambio; aún quedan dos ventanillas de las cajas.

Señala con el índice, mientras explica que luego el lugar se transformó en un hotel que una familia peruana abandonó al retornar a su país. Sus padres, Seferino Rodríguez y Manuela Merubia, de origen boliviano, también dejarían el local.

Terminada la Guerra del Pacífico, en medio de las Ligas Patrióticas que acosaron a familias peruanas y bolivianas que se quedaron en el norte, decidieron irse a Bolivia. Pero constantes hostigamientos de su propia familia y de autoridades que supieron que eran chilenos cuando bautizaron el local como Armando Cortínez -en honor al héroe de la aviación chilena que cruzó la...

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