ruta 40, argentina EN EL CAMINO - 31 de Octubre de 2016 - El Mercurio - Noticias - VLEX 652211925

ruta 40, argentina EN EL CAMINO

-Para qué vinieron -pregunta.

Apoya los platos en la mesa y sirve una trucha rosada, pescada en las aguas del deshielo. El hombre se llama Pepe y es el cocinero de la Hostería Municipal, uno de los dos establecimientos donde se puede comer en La Poma: un paraje de 600 habitantes ubicado a cuatro horas de auto desde Salta, la capital de una provincia del nor-oeste argentino que también lleva el nombre de Salta.

La Poma tiene aire terroso, calles secas, montañas al fondo, a los costados: en todas partes.

-Vinimos para hacer la cuarenta -respondo. La 40 es una ruta de 5.194 kilómetros de largo que recorre la Argentina de norte a sur -o viceversa- y que es comparada con la Ruta 66 de los Estados Unidos. La 40 dio lugar a algunos libros -uno de ellos con las fotos de Alejandro Guyot, mi compañero de viaje- y sobre todo habilita una lectura posible sobre la identidad del país en el que fue trazada: hacer la 40, entera o por partes, es una buena forma de entender la Argentina. Y recorrer el tramo de los Valles Calchaquíes, que es el que cubriremos esta vez, supone acceder a ese conocimiento sin resignar la belleza. Si en la Patagonia la tierra es yerma y esteparia -y obliga a hacer, por caso, 2.000 kilómetros de carretera en medio de un paisaje siempre igual a sí mismo-, y en el extremo norte el frío obliga a cerrar tramos por la llegada del hielo en las zonas de altura, acá, en los valles, arriba pero no tanto, la ruta tiene su forma más próspera y dinámica.

-Pasaron muchos por la 40 -dice Pepe mientras gira la cabeza y señala con la nariz el mostrador del bar. Allí hay botellas con bebidas blancas y unas pegatinas de asociaciones de motoqueros que vinieron siguiendo el curso de la ruta.

-Yo también estuve acá -agrega Guyot, mirando por la ventana del salón-. Fue hace diez años.

Afuera hay casas ocres y una plaza casi vacía.

-¿Y esto está igual? -pregunto.

Guyot ve, con sorpresa, un cajero de banco en una esquina. Nada nunca está igual, dice. Para todos, y para todo, pasa el tiempo.

Subimos a la camioneta para empezar el trayecto. Es un vehículo alto y de doble tracción -el modelo ideal, pues el camino en muchos tramos es de ripio- con el que cruzamos el pueblo en dirección a la 40. Por la ventana se ve un perro, ropa limpia colgada de una soga, algunas imágenes de vírgenes. En un galpón techado, unos niños juegan al fútbol a resguardo del sol del mediodía. La zona es alta -3.000 metros sobre el nivel del mar- y eso deriva en un aire seco, una gran amplitud térmica y un sol agresivo: la luz y el calor llegan en líneas rectas, como si fueran disparos.

-¿Cuándo llegamos a la ruta? -pregunto. Vinimos de Salta capital por otro camino (la 40 no pasa por la capital) para empezar el viaje desde acá.

-Ya estamos en la 40 -dice Guyot.

Miro por la ventana. La ruta es un mínimo camino de ripio por el que vamos dejando lenta, sinuosamente, el pueblo de La Poma. La 40 es discreta: se va de los lugares -y llega a ellos- en silencio.

Pasada la primera hora de viaje me mareo. La ruta bordea las laderas del valle y ese viboreo me hace zumbar la cabeza. Al estar sobre el margen oeste del país, la 40 atraviesa pueblos levantados sobre las postrimerías de la cordillera de los Andes. Cierro los ojos pero es peor. Los abro. Busco un horizonte. El cielo es casi fluorescente. Estamos en la parte alta de los Valles Calchaquíes y las montañas parecen el hombre elefante: una humanidad cambiada por algún tipo de agente inabarcable. En la ruta hay cabritos, nenes volviendo de la escuela, mujeres pastoreando con un hato de ramas cargado en la espalda. Hay, también, caseríos mínimos con una...

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