El héroe olvidado de la aviación - 14 de Diciembre de 2013 - El Mercurio - Noticias - VLEX 481169370

El héroe olvidado de la aviación

-Yo siempre andaba con ideas exageradas. Entonces, me decían, "ya salió el loco Alejo, capaz que este loco un día lo haga".

Hace 49 años, Alejo Williamson, valiéndose únicamente de la fuerza de las corrientes de aire ascendentes, con una botella de oxígeno a medio llenar y otra de agua, sin radio ni equipo de seguridad alguno, premunido de su carné de identidad y con treinta escudos en los bolsillos -"por si tuviera que pagar alguna cuestión, qué sé yo, o comerme un sándwich"-, salió desde el aeródromo de Vitacura y cruzó en solitario la cordillera de los Andes por su parte más alta, en un planeador Blanik L13, esquivando los "cuescos", como le llaman en jerga aeronáutica a las puntas de los cerros que aparecen entre las nubes. Aterrizó cinco horas y 51 minutos más tarde, tras haber recorrido 288 kilómetros -una distancia que en línea recta tiene 117 kilómetros-, en Mendoza.

-Me tiré y aterricé al otro lado en Argentina con cero falta.

Hoy, a los 88 años, algunos problemas neurológicos le impiden seguir piloteando, incluso manejar automóviles, pero no recordar el día más importante de su existencia, el sábado 12 de diciembre de 1964, fecha que dejó marcada en la historia de la aeronáutica chilena al ser el primer hombre en realizar el cruce de la cordillera en un vuelo sin motor. Eligió el mismo día, en que 46 años antes, Dagoberto Godoy había realizado el mismo viaje a motor.

-Estuve estudiando el calendario y dije ya está. Cayó día sábado. Me vino de perillas.

Esa mañana de sábado, Alejo Williamson, que, ironías de la vida, trabajaba en una compañía de seguros, despertó más temprano de lo habitual y tomó un desayuno abundante, pues sabía que no iba a almorzar. Estaba nervioso: había llovido la noche anterior y nevado en la cordillera, y el cielo amaneció cubierto de nubes oscuras, que a medida que avanzaba la mañana comenzaron a disiparse.

Esa mañana se vistió algo más abrigado para enfrentar el frío de la altura, y le dijo a Ernita Wenzel, su joven mujer, y madre de su pequeña hija Elizabeth, que volvería bien entrada la tarde o quizás al día siguiente, porque emprendería un vuelo más largo que lo acostumbrado hacia la costa, con miras a completar kilómetros volados y conseguir una insignia de reconocimiento, una especie de "ascenso" en su carrera como piloto de planeador.

A la Torre de Control del aeródromo Lo Castillo, donde está el Club de Planeadores de Vitacura, en tanto, le informó que volaría en su Blanik L13, trescientos kilómetros al norte, en dirección a la laguna Tilama, cerca de Concón.

Había solo una persona que sabía que todo esto era...

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