El Rey Arturo, Alexis y la ballena blanca - 1 de Julio de 2017 - El Mercurio - Noticias - VLEX 684903285

El Rey Arturo, Alexis y la ballena blanca

Así no empieza la gran novela de la ballena blanca, Moby Dick, en absoluto.

El verdadero protagonista es Ismael, y es también el narrador que desde la primera línea pide que lo llamen por su nombre.

Pero Alexis es como Ismael y basta su nombre para que escriban su historia.

En Chile y desde el norte hasta el Cabo de Hornos, al menos, nadie lo pronuncia en vano.

Alexis puede llegar a anciano, al igual que Ismael, rescatado de las aguas y el único sobreviviente del ballenero Pequod, y por eso un comercial lo maquilla y envejece, para que en los diarios y en la televisión se convierta en un veterano de voz cascada, temblorosa y emocionada que cuenta un relato fabuloso e inolvidable.

Al nieto, a los que vendrán y a los que quieran ver, escuchar y leer.

Fueron los buenos tiempos de la generación dorada en las copas América, la de Santiago y la de Estados Unidos.

La época de las copas del Mundo y esa de la Confederación en Moscú.

Y así, entonces, de niño maravilla a viejo encantador y encantado.

Todo encaja y engrana.

Ese personaje es muy distinto a otro.

A ese hombre que en la magnífica novela fue un camarada y un amigo de Ismael.

En realidad se embarcaron juntos a bordo del Pequod e integraron la tripulación que fue en busca de Moby Dick. Era alguien único, excepcional y de temer: Queequeg, nacido en alguna isla polinésica y es cierto que caníbal, pero cuidado, solo devoraba enemigos. Y traficaba, todo hay que decirlo, cabezas disecadas. Con su cuerpo completamente tatuado y un valiente con puntería. Un hombre determinado, fumador de pipa, seguro y de magnífica filosofía.

Un arponero, Queequeg, y de sobra está decirlo, no llegó a viejo y murió en lo suyo, sobre la proa de una embarcación, con la soga húmeda y un arpón dentado frente al monstruo blanco.

En nuestra leyenda, la chilena, estos son los personajes.

No hay que olvidarlos.

Alexis Alejandro Sánchez Sánchez, un metro 69, 63 kilos, soltero.

Arturo Erasmo Vidal Pardo, un metro 79, 75 kilos, casado, tres hijos.

El primero nació pobre y el padre de familia los abandonó. Su madre limpiaba escamas, cortaba aletas y desprendía espinas. Trabajaba en el terminal pesquero de Tocopilla, no se sabe si había una plata fija, pero probablemente eran propinas. El cabro chico pasó de las pichangas al club Arauco de la pequeña ciudad nortina, antes de escalar y convertirse en profesional.

El segundo nació pobre y el padre de familia los abandonó. Su madre lavaba la ropa de los cinco hermanos, pero también sábanas, camisas, calcetines y una tonelada de ropa ajena. Le decían Mono, pero fue por poco tiempo. Entró a Colo Colo para ser profesional, y desde niño le gustaron las patas de los caballos, las apuestas y el Club Hípico.

Gracias al fútbol salieron adelante y ningún jugador chileno había llegado tan lejos.

Alguien podría discutir una afirmación tan rotunda, pero no más que eso: discutirla. Y solo por lo rotunda.

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