La revancha de Carlos Heller
Jueves, 7 de la tarde. En 15 minutos partirá el avión del empresario Carlos Heller (50), quien ofreció llevarnos desde Los Ángeles, en la VIII Región, hasta el aeropuerto de Concepción, en 20 minutos. El improvisado viaje tiene una razón: alargar en una hora y media -lo que demora el trayecto en auto entre ambas ciudades- una conversación que ha durado todo el día y en la que ha hablado de su vida, de sus negocios y de las experiencias -las muy buenas y las muy malas- que lo han llevado a estar donde está.
¿Y dónde está?
Carlos Heller es, desde hace un mes, presidente de Bethia, grupo dueño de Mega, Agrícola Ancali, Titanium, Sotraser, Blue Express, además de las viñas Indómita, Santa Alicia y Dos Andes y del Haras don Alberto. Bethia también tiene participación accionaria en Falabella, LAN, Empresas Navieras, Club Hípico, Clínica Las Condes y Aguas Andinas.
En simple, a 18 años de su formación, el conglomerado tiene un patrimonio de más de US$ 4 mil millones y se ubica entre los 5 principales grupos económicos del país.
Pero ahora, en Los Ángeles, sentado afuera de las sencillas oficinas que ocupan los veterinarios de su Haras, con sus caballos fina sangre y sus perros dando vueltas, saludando a sus trabajadores, lejos de su imponente oficina en la torre Titanium, Heller no luce como un miembro del club de los millonarios.
-Los Ángeles es el trampolín de mi vida, mi escape, el lugar que me dio todo lo que Santiago no me dio en su momento-dice.
1987, Carlos Heller, hijo de Liliana Solari, una de las dueñas de Falabella, está por cumplir 25 años. Trabaja como jefe de la sección tecnología en la tienda del Parque Arauco. En sus cálculos estaba el que iría escalando paso a paso los cargos del negocio familiar, sin embargo, su avance en la compañía ha sido más rápido de lo que esperaba.
Pero su abuelo ha muerto y su madre ha decidido comprarse un campo en Los Ángeles. A él le gustaría ir a ayudarle y piensa que es el momento de decidir qué va a ser de su vida. Si se queda en Santiago o se va al sur. Entonces habla con una de las personas importantes de Falabella -a quien ahora prefiere no nombrar- y le pregunta:
-¿Cuál cree usted que es mi techo en Falabella?
La respuesta lo deja frío.
-Hasta aquí no más- le dice.
-¿Cómo?
-Es que tú no eres ingeniero comercial, tú eres ingeniero agrónomo.
-¿Usted cree que eso es impedimento?
-Yo creo que sí.
Lo que vino después fue enojo, impotencia, pena, frustración. Y la renuncia a Falabella.
"Imagínate que a alguien, a los 25 le digan que ya tocó techo. No tienes más que hacer que irte. Pero esa persona no quería que dejara el trabajo, al final me dio un mes para que me fuera al sur a ayudar a mi mamá a armar el Haras don Alberto, pero después tenía que volver", cuenta hoy Carlos Heller.
Se fue, pero estando en Los Ángeles comenzó a extrañar Falabella.
"Fui a hablar con un señor que se llama Ricardo Andrade. Él era contralor de la tienda, le había visto las platas a mi abuela y conocía el Haras. Yo le tenía mucha confianza, siempre había sido muy derecho conmigo, así es que le dije, 'necesito un consejo'", recuerda Heller.
Le contó todo.
-Carlos, yo que tú, ahora no vuelvo. Yo que tú me quedo en el sur. Es maravilloso en lo que estás allá. Aprende y vuelve a Falabella al lugar que tienes que volver: al directorio.
Carlos Heller dice que fue el mejor consejo de su vida.
"Me sirvió porque si me hubiera quedado en Falabella, tal vez habría tenido mucho éxito, sería gerente general, presidente, vicepresidente, pero nunca habría conocido el mundo real, el partir de cero, el hacer una cuenta rut, tener que ir a pedir un crédito a un banco. Siempre tuve el estigma de ser el hijo de, el nieto de. Pero en esta vuelta me di cuenta de que yo podía hacer cosas sin ser hijo ni nieto de nadie".
Carlos Heller no habla mucho de su padre, Agustín Heller, un ex dirigente del club de la...
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