El retiro de un joven pistolero - 1 de Octubre de 2016 - El Mercurio - Noticias - VLEX 650021573

El retiro de un joven pistolero

El Enrique Troncoso de verdad tiene 18 años y está parado justo al frente del dibujo. Su cabeza es más bien achatada, su cuerpo robusto está cubierto por una polera que dice Believe en el pecho, sus piernas sufren con su peso y sus manos intentan llevar una cuenta.

-Dos acá en el cuello. Otra en el lado, de una farmacia.

Tres marcas se agregan al papel, tres "X", en el cuello y al lado.

-Una acá en la espalda. Otra en este muslo.

Enrique se sube el buzo de una pierna. Son las cuatro y media de la tarde, en una ciudad del sur de Chile que, para mantener este mismo conteo bajo, es preferible no mencionar. Ahora muestra la pantorrilla.

-Estas dos de acá. Una me la saqué solo, apretando. ¿Cuántas van?

El dibujo suma siete marcas.

-La del tobillo.

Ocho. Es el primer día de septiembre. Enrique, el de verdad, posa la mano sobre el pantalón, justo arriba de sus testículos.

-Y esta que todavía tengo adentro. No me la han podido sacar. Si me la aprieto, la siento.

La última le duele con el frío; es un recordatorio palpable de su antigua vida, que dejó atrás hace un año. Es, también, un pedazo de plomo adentro.

El dibujo tiene nueve marcas. El cuerpo de Enrique, nueve cicatrices de bala.

La abuela de Enrique Troncoso, Sonia Alvarado, lo cuenta como si fuese un cuento de alguien más, pero es la historia de su nieto, que está parado a su lado, porque no quiso sentarse en la mesa del comedor.

-Cuando nació, la mamita salió arrancando. Ella había fumado pasta todo el embarazo, lo quería harto, pero salió arrancando del hospital. El cuerpo le pedía. Fui con mi viejo a buscarlo al Félix Bulnes. Después la mamá empezó a lesear; me lo quitaba, me lo entregaba, me lo quitaba. Y cuando yo iba a verlo ella estaba volaíta, todos en esa casa consumiendo. Le estaba dando pecho a otra persona. Un día ella me dice: sabe quiero que usted se quede con el niño. Va a sufrir aquí. ¿Te acordái de eso?

Enrique dice que no.

-Entonces le dije: ya, yo lo cuido, pero vamos a ir a la justicia. Y ella no quería, pensaba que iba a quedar presa, porque también andaba metida en cosas. Pero para serle honesta: me tenía cabreada, me sacaba cosas de la casa para consumir, venía a molestar al Enrique. Y yo soy pesada también. Llamé a los pacos y les dije que ella había amenazado con matarlo. Pero, Enrique, era mentira, la mami te quería harto.

Enrique tampoco se acuerda de eso.

-Pero salió para peor. Lo encontraron mal; era muy flaquito. Este dedo era más gordo que él. Y mírelo ahora. La jueza lo quitó y lo llevaron a una guardería en San Pablo, donde iban los niñitos de adopción. Estuve yendo varias semanas a verlo, a pedir que me lo devolvieran, hasta que me lo pasaron. Él no había cumplido el año.

Para cuando tenía 2, cualquier disputa sobre su tenencia se resolvió: su madre quedó presa por un robo con intimidación. Su papá biológico era un traficante del sector de la población El Montijo, de Cerro Navia, con el que no hablaba, pero veía en las esquinas constantemente, comprando, vendiendo. Enrique creció en esas calles, mimado por las bandas que conocían a su mamá, haciéndoles favores, microtráfico. "Me regalaban plata, comida. Mi mami era muy respetada, era brígida". Acá empieza a recordar: "Iba todas las semanas a verla adentro. Me celebraba los cumpleaños. !Entera brígida¡ Se ponía a robarles a las otras presas ahí mismo en las visitas. Después cuando yo tenía como siete, salió a la calle, pero cayó altiro de nuevo por homicidio".

A los 8 años, Enrique comenzó a ir a los malls: los adultos le pasaban una bolsa "biónica" para sacar ropa de las tiendas, sin que suene la alarma. A los 10 empezó a hacer robos de cadenas y carteras en el centro de Maipú. El año siguiente se dedicó al boom de los Blackberrys en Providencia. A los 12 ya tenía pistolas.

-¿Cómo dirías que fue tu infancia?

-No tuve, a lo más jugué a la pelota. Después andaba trabajando ya. Esa hueá no es infancia.

-¿Nunca viste otra posibilidad, no meterte en ese mundo?

-Imposible. No cachan ustedes: es pura distorsión el barrio. Uno está ahí, en la calle y llegan autos mortales, traficantes tapizados en ropa, los choros. Quedái sorprendido, quería tener todo lo que tenían.

-Pero alguno de tus amigos y compañeros habrá podido mantenerse al margen.

-De esas cuadras, nadie. Están todos presos.

Enrique dejó de ir al colegio en cuarto básico. Su abuelo había sido trabajador de la construcción, pero tenía pensión de invalidez tras un accidente que casi le costó una pierna. Su abuela iba a las cuatro de la mañana a los consultorios para tomar un número de espera, que vendía en cuatro mil pesos cuando llegaba la gente a hacer fila. Ella recuerda. "Lo anduvimos correteando, pero después ya nos cansamos. No nos escuchaba. Sabíamos lo que hacía, cooperaba con plata. Me conformaba con verlo en la esquina, saber que estuviera bien".

Enrique sumó decenas de detenciones antes de cumplir los 13 años. La mayoría de las veces lo mandaban a la casa. "Otros pacos, aburridos, me iban a dejar, de noche, al cerro de Renca, a donde está el cartel de 'Renca la lleva'. Me quitaban las pistolas y la plata, para que me devolviera a pata".

Enrique cuenta que tuvo dos pasadas por el centro del Sename del Arrayán, como medida de protección. Ahí, entre otros, conoció al "Loquín" y al "Cisarro", dos menores de la misma generación, nacidos entre el 95 y 96, que terminaron revolucionando la delincuencia juvenil en Santiago. En su primer encierro, tuvo que pelear: en un almuerzo le enterraron un tenedor en la espalda; vio a niños destruidos y a otros que destruían. "Estábamos todo el día a los tajos, el más vivo sobrevive. Son crueles algunos machucados. A los recién llegados los ponían en la cama de abajo del camarote y de la de arriba los meaban todas las noches. O les robaban la ropa. O los llenaban a pollos. Yo traté de salvar a algunos, porque es fome; llegar y no conocer a nadie, si al final andábamos todos en lo mismo".

-¿Te daban herramientas para rehabilitarte?

-Ja, ¿quién se va a rehabilitar ahí? La última vez que me soltaron, salí a robar al toque. El Loquín se había venido dos días antes y me fue a buscar. Fuimos a la disco, todo pagado. Estaba el Cisarro. Después de eso partimos a pitearnos unas camionetas. Así es cómo funciona.

Cuando tenía 13 años, la mamá de Enrique quedó libre nuevamente. Por tres meses, los dos se reconectaron. Él, que ya manejaba plata, la llevó a comprar ropa, la movía en radiotaxi, le presentó a sus amigos.

El 18 de diciembre de 2011, domingo, Enrique venía despertando tras una noche de trabajo y fiesta. Un amigo lo fue a buscar a la casa. Le dijo que algo le había pasado a su mamá. Luego de una discusión, dos traficantes le habían dado una puñalada en el corazón: estaba muerta.

Lea y comente el siguiente texto:

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