Ramón en el vacío - 1 de Noviembre de 2014 - El Mercurio - Noticias - VLEX 541671902

Ramón en el vacío

Esas probabilidades de que algo saliera mal, contra las que trabajaba y contra las que se preparaba, hacían que a veces Ramón Rojas tuviera que escuchar a otros amigos que no compartían o no entendían su impulso por lanzarse al vacío, vestido con un traje alado y equipado con un paracaídas, solo por la adrenalina que eso podría traerle a su vida. Alejandro Valenzuela era uno de ellos:

-Yo le preguntaba cuándo iba a terminar con esta cuestión.

-¿Por qué?

-Porque Ramón besaba la muerte permanentemente.

En el fondo, lo que Ramón hacía era otra cosa.

-Una vez me dijo: "Hay gente que prefiere vivir con psiquiatra y pastillas. Yo prefiero vivir con el deporte y la naturaleza" -dice su amiga Dafne Yianatos-. Él lo decía como para contrarrestar estas depresiones que a veces le daban. O la soledad.

El año pasado, en una charla motivacional, Ramón Rojas habló sobre la primera vez en que sintió que tuvo a la muerte cerca. Dijo: "Los tiempos de conversación con mi padre eran cuando nos íbamos de pesca al sur. En uno de esos viajes, a la vuelta, él me contó lo que había sufrido con su primer cáncer. Le dieron un pronóstico bastante negativo, seis meses de vida".

A Ramón Rojas Cabezas (67), odontólogo en San Vicente de Tagua Tagua, casado con Leticia Torres (62), padre de Aída (38), Ramón (35) y Paula (32), le habían encontrado un cáncer que se le extendería por el paladar, la lengua y la mandíbula. Pero sus hijos, que eran niños en ese tiempo, no lo supieron. Al menos no al principio.

-La primera vez que estuve enfermo pensé, aquí me muero -recuerda el padre-. Me fui a tratar a Santiago durante un mes. Los niños no supieron, se quedaron con mi suegra. Ramón tenía 9 años. Cuando me fui, le dije que tenía que ser el hombre de la casa.

El padre sobrevivió y fue entonces, en ese viaje que recordó Ramón, que le contó. Rojas Cabezas, que sobreviviría a cinco brotes de cáncer en total, le dijo a su hijo que cada día después de haber pasado por el quirófano era un regalo, una yapa que le daba la vida.

La frase quedó y algo cambió en el niño.

-Ramón siempre tuvo muy asociado que los tiempos en la naturaleza eran los tiempos de felicidad -dice su amigo Jorge Kort-. Yo creo que estando en la naturaleza supo que el mundo estaba más allá de ese pueblito donde vivía.

Su mundo partió en San Vicente y luego se extendió hasta Rancagua, donde estudió en el Instituto Inglés, del que se graduó en 1996. Ahí conoció a Mauricio Naranjo, un amigo y un compañero que le mostraría otro mundo. Una montaña que, dijo, necesitaba descubrir.

-Como yo esquiaba y a él le llamaba la atención, empezamos a ir juntos al Club de Esquí Chapa Verde. De ahí Ramón sacó su apodo "Chapa". Su papá se levantaba a las cuatro de la mañana para ir a dejarnos. Yo le enseñaba, nos quedábamos todo el día. Le encantaba contar que era un ejemplo de cuando el alumno superaba al maestro. Al principio me reía. Pero después Ramón empezó a hacer saltos mortales, acrobacias mayores. Ahí se transformó.

Estando en la nieve, acercándose al cielo, Ramón Rojas se conectó con algo. Su familia, mirándolo en retrospectiva, piensa que puede haber sido una noción de libertad que, por ejemplo, condujo a Rojas a buscar formas de estar en la montaña sin necesidad de pagar un ticket. A los 15 años lo consiguió siendo patrulla de primeros auxilios en Chapa Verde. Se preparaba de forma autodidacta con libros de medicina de su padre...

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