Protocolos, sumarios y virtudes - 23 de Mayo de 2018 - El Mercurio - Noticias - VLEX 724090349

Protocolos, sumarios y virtudes

¿Podría haberse desatado la protesta contra el acoso desde los ámbitos laboral, familiar o recreativo?

Sin duda que sí.

Tantísimos emprendimientos han sido objeto de denuncias por maltratos de jefes a subordinadas; y en miles de familias la violencia ha engrosado las estadísticas sobre las ofensas a la mujer; existen, además, aquellos ambientes deportivos o de recreación que han sido ocasionalmente convertidos en instancias degradantes para la condición femenina.

Pero ninguno de esos ámbitos contaba con la doble coordenada que hacía de la educación superior el lugar perfecto para que se desatara la tormenta: mujeres jóvenes dedicadas tiempo completo a formarse y con posibilidades reales de desplegarse políticamente.

Primero, la dimensión educacional.

Lo que las alumnas denuncian es un conjunto de comportamientos radicalmente contrarios a la formación que debe ofrecérseles. En los casos puntuales por los que protestan, ha habido agresión en vez de diálogo, instintos en vez de razón, degradación en vez de elevación. Todo lo contrario de lo que venían a buscar a las universidades, todo lo contrario de lo que merecían.

Pero, ¿pueden solucionarse esas faltas graves con mejores protocolos y con sumarios más rápidos? Parcialmente, sí; definitivamente, no.

Definitivamente, no, porque la única manera de afrontar el problema es insistir en la obligación de algo tan elemental e imprescindible como cultivar las virtudes. Es cierto que si al momento de seleccionar al profesorado por concursos no resulta nada fácil percibir de qué modo se comportará una persona, sí es perfectamente posible evaluarla a través de los procesos ordinarios de calificación y promoción. Durante más de 25 años, como director de departamento o como miembro de comisiones calificadoras de mis pares, tuve que leer miles de comentarios anónimos de alumnas y alumnos referidos a sus profesores. Y ahí estaba todo lo que percibían los jóvenes de nuestras grandezas y miserias: nos alababan por nuestras virtudes o pedían que enmendáramos nuestros defectos o errores. Y puedo asegurar que muchas veces, para calificar, pesaron...

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