Los protesistas del estallido - 14 de Noviembre de 2020 - El Mercurio - Noticias - VLEX 851799605

Los protesistas del estallido

Sebastián Córdova , de 38 años, protesista de la Unidad de Trauma Ocular (UTO), del Hospital del Salvador, revuelve una pasta blanca que tiene la consistencia de una cola fría. En el frasco, Córdova ha mezclado el monómero con el polímero, dos compuestos que darán origen al acrílico, la materia prima con la que se hacen las prótesis de ojos.La amalgama tiene un olor similar a la acetona. Córdova toma una caja de bronce, que en su interior contiene un molde de yeso, y rellena las cavidades. Luego la pone en una prensa, la aprieta y posteriormente la deposita en una olla con agua caliente, que acaba de retirar desde un anafre. Dependiendo de la temperatura y la exposición, el acrílico resultante puede salir blanco o transparente, casi como un cristal.-Las prótesis acá son todas hechas específicamente para la persona. Nada viene de fábrica -dice, mientras tapa la cacerola.En sus manos sostiene unos objetos pulcros que parecen tapones. Es el modelo final de un "conformador" de espacio, una especie de pelota plástica que se les pone a los niños que han nacido sin un ojo o que lo han perdido, para que ese hueco pueda crecer y más adelante continuar con la reconstrucción. De ese molde, que está en el agua caliente, saldrán unos aparatos como éste. Cuando quiere hacer un ojo de acrílico, solo debe cambiar la horma.No es el término correcto, pero podría decirse que para confeccionar prótesis hay que "cocinar". Córdova le dice así, aunque aclara que el nombre de la técnica es "termopolimerización".Hace un año, este laboratorio no existía.-Todo esto era parte de la UTO. Esta era un área de atención clínica, donde se hacían curaciones -describe.En diciembre de 2019, Córdova llegó como protesista al Programa Integral de Reparación Ocular (PIRO), creado por el Ministerio de Salud, para entregar atención gratuita a todas las personas que sufrieron mutilaciones en los ojos, por balines y lacrimógenas arrojadas por Carabineros, luego del estallido social del 18 de octubre del año pasado. Desde entonces, 47 víctimas han entrado a esa consulta.Córdova apunta sobre el mesón. Hay tres ojos en trabajo de pulido, un paso que puede tardar varias horas hasta obtener el lustrado perfecto. Por debajo parecen conchitas y por arriba son realmente ojos: las venillas sobre la esclera, los tonos azules y amarillos en la parte inferior, el iris café con chispitas verdosas y el brillo, que simula un lubricado permanente, como si tuviera lágrimas propias.Cuesta creer que todo esto haya sido confeccionado a mano, con papel y plástico.En 2011, Sebastián Córdova llegó a la oficina del odontólogo y profesor Guido Vidal, en la Universidad de Chile, a pedirle que fuera su maestro. Ninguno se conocía. Hacía años que nadie golpeaba esa puerta. Vidal era uno de los dos somatoprotesistas que quedaban en el país. Era el heredero de varias técnicas de implantes: de orejas, narices y paladares, entre otras piezas, pero por sobre todo de ojos. Córdova quería aprender de él.-El profesor era como el único en su especie -dice.Desde entonces, fue su discípulo. Lo primero que estudió fue la historia de la cátedra de Traumatología y Prótesis Maxilofacial, una materia que comenzó a dictarse en la Universidad de Chile en 1936, por Leopoldo Panatt, un odontólogo que se convirtió en una eminencia. En una semblanza, escrita por el doctor Juan Colin, además de destacar todos los logros médicos, se dice que incluso fue el "dentista tratante de Juan Domingo Perón, el que lo enviaba a buscar en un avión especial y lo alojaba en su suite presidencial del Hotel Plaza, de Buenos Aires". Su nombre quedó estampado en la placa de la clínica que más tarde se instalaría en el Hospital San Vicente de Paul, como entonces se llamaba el actual Hospital Clínico. En su época de esplendor, aquella unidad llegó a tener más de 10 sillones de atención para personas que buscaban reconstruir alguna parte de su rostro, pero a mediados de los 2000 nada de eso existía. El edificio se demolió y cuando Córdova llegó a golpear la puerta de Guido Vidal, el área estaba reducida a un pequeño laboratorio en la Facultad de Odontología.Guido Vidal tiene 72 años. Aunque está en su casa, frente a la cámara de un computador, no pierde la costumbre de ponerse el delantal. En el cuadro predomina el blanco: la ropa, el pelo, las cejas, los dientes y la barba cana. Vidal fue alumno de la cátedra en 1974, cuando Panatt ya había muerto (falleció a los 56 años), pero hasta hoy practica y enseña su técnica, algo que habla muy bien de ese legado.-Este señor fue un genio -dice Vidal-. En un viaje a Europa, después de la Segunda...

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