Una promesa cumplida - 27 de Marzo de 2015 - El Mercurio - Noticias - VLEX 562475038

Una promesa cumplida

No puedo iniciar un viaje sin llevar libros conmigo, de preferencia novelas. Tampoco descarto partir con la autobiografía de algún escritor o con ejemplares de obras que tratan del oficio de escribir. Me gustan los libros de escritores en que estos hablan de sí mismos o de su oficio, o de ambas cosas a la vez, por la misma razón que me gusta saber de mis amigos y de lo que han hecho con sus vidas.

Libros, digo, porque si al momento de emprender viaje no tengo nada comenzado o a medio leer, pongo en la maleta a lo menos tres, por precaución, no vaya a ser que alguno llegara a defraudarme. Entiéndase bien: no puedo leer dos novelas a la vez, y si llevo conmigo dos, tres o más en un mismo viaje, es para precaverme e iniciar tranquilo el vuelo. Algo parecido me ocurre con el Ravotril: llevo el doble de dosis que necesitaré, y no porque el fármaco pueda fallar, sino porque puedo hacerlo yo en mayor medida que la habitual.

Viajo entonces con un pequeño harén literario: si alguna de mis concubinas llegara a aburrirme, puedo echar mano de alguna de sus compañeras, sin necesidad de echarme a la calle para preguntar dónde está la librería más cercana. De esa manera, e incluso cuando lo estoy, nunca estoy solo en una habitación de hotel. Llegado a una de ellas no necesito encender el televisor, sino abrir la maleta, poner las novelas sobre la mesita de noche y estirar más tarde la mano para palpar a una de mis acompañantes. Es por esa razón que cuando viajo con mi mujer ella sabe ya perfectamente lo que voy a decirle cuando volvemos a la habitación luego de comer: "esta noche voy a engañarte con otra". Nada impropio, a fin de cuentas, porque ella hace lo mismo. Leer dos personas en un espacio común produce el silbido inaudible de cuatro respiraciones: las de los que leen y las de los libros que son leídos.

Fue seguramente mi lado burgués el que me llevó de vacaciones a Punta del Este, pasando antes por la provinciana Montevideo. La capital uruguaya no es una ciudad provinciana porque la hayan estropeado. En cambio, Buenos Aires se ha vuelto un lugar provinciano a causa del maltrato recibido y de su progresivo deterioro. Montevideo es provinciano no por abandono, sino por elección de sus corteses habitantes. Lo que pasa con Montevideo y su gente...

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