Prólogo a la primera y a la segunda edición - Libros y Revistas - VLEX 1027412613

Prólogo a la primera y a la segunda edición

AutorSalvatore Satta
Cargo del AutorProfesor de la Universidad de Roma «La Sapienza» (Italia)
Páginas19-20
19
INSTITUCIONES DEL DERECHO DE QUIEBRA
PRÓLOGO
A LA PRIMERA Y A LA SEGUNDA EDICIÓN
Confieso que al dar a este libro el título de instituciones h e tenido la secreta
esperanza de distinguirlo de esa literatura más o menos simoníaca que suele flore-
cer en torno a las leyes nuevas. Pero él indica, además, la índole y el contenido de
la obra: que tiende a fijar e ilustrar los principios fundamentales que dominan la
vastísima materia de la quiebra, recogiendo alrededor de ellos la s soluciones de los
múltiples problemas particulares, y sobre todo a formar, o cua ndo sea preciso, a
transformar, el hábito mental del estudioso, según la voluntad, y estaba por decir la
intención, del legislador.
Que una obra de este género sea oportuna, me parece que se puede admitir
sin más ni más: hasta diría que es necesaria y urgente, ahora que he leído un breve
artículo de SEGNI (en el último fascículo del Diritto Fallimentare, pág. 87), que está
lleno de su agudeza, pero que somete a un duro, y para mí injustificado, contraste
algunas disposiciones básicas de la ley. Pero, aparte de esto, todos saben que la
quiebra es una de las instituciones más afortunadas y más trabajadas de nuestro
ordenamiento: afortunada porque dispone, desde hace ya decenios, de una elabora-
ción teórico-práctica como la de BONELLI, más fuerte que cualquier reforma; trabaja-
da porque, des de que se afirmó, y justamente, su naturaleza procesal y ejecutiva, ha
sido sometida a un laborío de análisis in apicibus, que, poniendo las raíces al desnu-
do, ha hecho, como todas las oper aciones de tal naturaleza, marchitarse un poco la
planta. La ley ha nacido precisamente entre el esplendor de la tradición y el tumul-
to de este trabajo a fanoso; ¿qué cosa hay más oportuna que tratar de descubrir,
entre la luz y la sombra, la nueva faz del instituto creado por ella; y sin metáfor a,
lo que sobrevive a la tradición, cómo ha sido superado el esfuerz o?
Cosa distinta es, naturalmente, que me correspondiese a mí hacer esta obra, y
que, habiéndola hecho, haya yo triunfado en la difícil empresa. Sobre este último
punto, juzgará el lector; sobre el primero, podría pensarse que algún título proven-
ga para mí del hecho de que h e colaborado largamente en la compilación de la ley,
en la comisión de juristas presidida por S. E. ASQUINI. Y en verdad no excluyo que la
inspiración me haya venido precisamente en las largas sesiones romanas, entre la
severa palabra de S. E. MIRAULO y la amable indulgencia del Consejero Russo. Pero
una cosa es hacer una ley, y otra comentarla. Y si debo manifestar mi experiencia,
me ha acontecido al escribir este libro, que he fluctuado continuamente entre una
atónita admiración por las bellas cosas que s e encuentr an en la ley y que nadie
había soñado en meterlas den tro, y una no menos a tónita irritación por tas feas y
las horrendas que estaban y que están, y que por cierto liadle las ha querido; por lo

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