Prólogo - - - Teoría del estado - Libros y Revistas - VLEX 1026911288

Prólogo

AutorHermann Heller
Páginas9-16
9
Teoría del esTado
PRÓLOGO
La amargura que me invade al tener que prologar, en lugar del autor, su
Teoría del Estado, queda superada por la conciencia que tengo de que la muerte
fue vencida, pues a la Gran Destructora no le fue dado estorbar la formidable
labor de aquel poderoso espíritu. Hermann Heller compuso la obra de su
vida, la Teoría del Estado, luchando con sobrehumana energía contra la muerte.
Aquejado de una dolencia cardíaca que, con los sinsabores de los últimos
años, se convirtió en enfermedad mortal, no dejó, sin embargo, de trabajar
intensamente, día tras día, en el edicio de esta obra, con una acuciadora
impaciencia que era ya el anuncio del próximo n. «Anhelando vivir el más
hermoso momento de su vida», la terminación de la Teoría del Estado, y lleno
su espíritu, en total madurez, de planes para el futuro, de ideas y energías, la
muerte le perseguía con la celeridad que le era precisa para alcanzar a aquel
hombre tan lleno de vida.
La circunstancia de que no haya podido terminar nuestro autor, hasta su
último detalle, la presente Teoría del Estado, ni puede sustraer a sus últimos
días el tono del triunfo, ni reducir la importancia de este libro. Lo que Heller
quería decir sobre el mundo del Estado se halla contenido, si no con todo el
desarrollo que él hubiese querido, sí en lo principal, en la forma en que lo
dejó. El pensamiento de Heller revela, ya en sus primeras producciones, los
gérmenes de sus frutos últimos, aunque a menudo en forma menos precisa. Del
mismo modo, en esta Teoría del Estado se halla también la clave para conocer
su pensamiento sobre los problemas que no llegó a tratar en particular. Si, por
ejemplo, no dejó redactado el importante capítulo referente a la soberanía, se
encuentra en los demás un tan gran número de consideraciones sobre este tema
y, por otra parte, las tesis sociológicas y metodológicas de la obra conducen
tan necesariamente a una precisa concepción de la soberanía, que ningún
lector atento puede tener dudas sobre cuál era el pensamiento de Heller en ese
particular. Para facilitar tal labor de complemento de la obra se incluyen en un
apéndice todos aquellos datos que guran en los papeles que de él quedaron,
concernientes a los capítulos que no pudo llegar a escribir. Aparte de eso,
presenta el manuscrito tantas adiciones y correcciones de su propia mano, que
puede fundadamente conjeturarse que solo faltaba una última elaboración
para su forma denitiva. Lo poco que ella habría de añadir se deduce de lo
meditado de la redacción de esta obra en la que, como en todos los escritos de
Heller, cada palabra mantiene su esencial imprescindibilidad. Con frecuencia
la formulación de una sola frase era, para nuestro autor, el resultado de todo
un día de trabajo concentrado. La conciencia de la responsabilidad sobre lo
que decía a sus oyentes o lectores no conocía límites, ni en la autocrítica, ni en
la intensidad de la labor.

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