Poemas ineditos de Natalia Rojas. - Núm. 44, Marzo 2008 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 68429816

Poemas ineditos de Natalia Rojas.

AutorRojas, Natalia

Veo firmeza en los colores del viento, en el brillo melancólico del mar. Podría decir que veo la hechura del tacto, de las mentes, de los años, veo el canto de la palabra, de la sílaba en su boca. Observo cómo es que cruje el sueño en mis ojos y se posa en la almohada y viaja a algún lugar que se oculta el animal. Y lo veo con su olor, lo camino con los ojos ciegos que me roban.

Me roban el sentido de mi vida. Me sustraen de alguna parte, alguien que carezco de información. Hay algo que me roba la visión. Yo veo los poemas más ingentes en los ojos del silencio, yo los veo, los cuelgo semanas en mis paredes y se cantan con colores vivos en la hoja que no es blanca si no es ojos, ojas.

Quiero más ojos, que me devuelvan el vientre de la imagen. Quiero mi parto que no recuerdo y el tejido de la noche. Rechazo a Vallejo. No más ojos alados y salvajes. Ojos mansos en mis manos sentadas en la inmaculada primera vista a la madre. Quiero manzanas en mis árboles y todo lo que no he visto. Cuelgo la agonía y sálvame de no ver la cara de Dios cuando entre sin ojos al altar. Yo no puedo ver con el cuerpo, pero el cuerpo sí ve cómo se caen las lágrimas y cómo suben las lágrimas y cómo chocan las lágrimas de todos los lados del cuerpo que no tiene ojos. Veo sin los ojos y no veo con ellos.

Abriendo el silencio por el frío estaba la ventana, sin quejas, sin rumores, sólo cumpliendo su rol estático. Es la ventana que tiene las palabras en el borde y las luces en los ojos. Cumpliendo estaba la ventana. Mirándome y esperándome. Yo soy el silencio vestida de vidrio. Yo soy la última ventana que juega ha caerse. Yo soy mi propia ventana que come su sangre.

Quien se instala ha parir a las ventanas, sabe lo que es el equilibrio y no sabe de miedo, pues es la ventana quien lleva la vista, la que ve por dentro, la que tiene la carne transparente, compromete su suicidio y peor: carga todo el mar sobre un poquito de madera.

Cuando el óbito del día gobierna los cuerpos existe una aventura. Un surtimiento de lágrimas ajenas y propias; de interrogantes bajo el agua; de manos en el cuello inconfundible; de ansias que sea una excusa la muerte, para lograr concluir las frases nunca dichas en el silencio.

Mientras espero la canción no logro decir la palabra. Mi cuerpo se dispuso a no pronunciarla, ni en sueños ni en ventanas ni en silencio. El suspiro se agota en la primera letra. El vals en la calle me señala que no olvide el desierto en la palabra. Hago todo para que se...

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