El periplo de una vanguardista - 26 de Julio de 2016 - El Mercurio - Noticias - VLEX 645715085

El periplo de una vanguardista

Lea Kleiner es una mujer alta, de pelo cano y ojos azul cristalino. Tiene la espalda levemente encorvada y una prestancia natural. Cumplió 87 años y es fácil olvidarlo. Se mueve con soltura y tiene la actitud de alguien de 30: dice "llámame Lea", "hablaba con un primo por Skype". Ahora, camina hacia el ventanal que está al fondo del living de su departamento en Vitacura.

-Me tomé el living.

Hace unas semanas sacó el sofá que tenía poco uso, para dejarle el lugar a una mesa ahora cubierta de papeles, fotografías, tarjetas, libros, pocillos con clips de metal y vasos con pinceles de distintos tamaños. En una esquina hay dos estantes de madera, repletos de libros de arte y fotografía. Arrimada al muro opuesto, hay otra mesa de trabajo con un mantel plástico de cuadrillé, cubierto con carpetas, hojas blancas, tubos de gouache. No hay desorden. Lea Kleiner ofrece té de Roiboos, aparta a su gato -Minú- y se sienta en el rincón que tiene habilitado como comedor. Afuera hace frío. Ella lleva un suéter de cuello alto color celeste. Un pantalón holgado de corte clásico. Calcetines chilotes. Sandalias Birkenstock.

Aunque durante 30 años Lea Kleiner había trabajado como profesora de dibujo técnico, aunque había pasado una década haciendo grabados en el Taller 99 de Nemesio Antúnez, aunque había hecho fotografía y coqueteado con el dibujo en tinta, no había hecho nada parecido a manejar las difíciles técnicas de la acuarela, una expresión artística que exige una maestría máxima por la velocidad que implica trabajar con el flujo del agua y la imposibilidad de corregir el resultado.

Sin embargo, ese día que en su memoria quedó aureolado de misterio, Lea Kleiner se sentó en la casa en la que vivía y puso sobre la mesa un papel. Lo mojó por completo y se puso a pintar. Hizo una, dos, tres, treinta acuarelas en menos de una semana, siguiendo el ritmo incansable de su brazo derecho mientras brotaba una obra que nunca imaginó.

-Mi hija Milena, de 15 años, se paraba al lado mío, me miraba y luego me decía: "Para. Está lista, ahora otra". Y yo seguía.

Fue así, casi sin esfuerzo, cómo se convirtió en acuarelista. Y no en una cualquiera: en la más innovadora de Chile. Pocas semanas después presentó esas primeras creaciones en la sala de exposición El Claustro. El éxito fue inmediato y hasta el día de hoy su trabajo es elogiado por la crítica.

Ahora saca de una cajonera blanca uno de esos primeros trabajos: una mancha de colores verdes y lilas, desenfocada, en la que, sin embargo, se distingue claramente un ramo de violetas. Delicado. Mínimo. Conmovedor.

-Así empecé, lo que me juega muy en contra, porque volver a eso es muy difícil -dice-. Es un brochazo que habrá demorado un minuto, dos, no sé cuánto. Es un solo gesto, porque el segundo ya lo ensucia. Pintar acuarelas es lo más parecido a una revelación.

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-Ella fue valorada casi inmediatamente como acuarelista porque logró algo muy distinto -dice Juan Manuel Martínez, historiador del arte y curador a cargo de la exposición Mujeres del Agua en la que expuso Lea Kleiner, entre otras, en el Museo Bellas Artes en 2015-. Indagó técnicas de avanzada y así desarrolló un lenguaje plástico que le dio una autonomía a la acuarela como género artístico contemporáneo. Es la principal innovadora de fines del siglo 20.

Los experimentos de Lea Kleiner son sencillos, pero sorprendentes. Sumerge la hoja blanca entera en cubetas. Usa rociadores. Lleva sus acuarelas ya pintadas al baño de su departamento, las pone en la bañera y dispara el chorro de la ducha. Si el resultado no le gusta las borra con una esponja para volver a pintar sobre los rastros que quedan a pesar del enjuague.

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El álbum de foto no es muy grande: un conjunto de páginas de cartulina negra protegidas por una tapa de cuero. Adentro, las fotos son una biografía de los primeros años de vida de Lea Kleiner. La vida de una niña criada en la burguesía europea de la primera mitad del siglo 20, sofisticada y culta, hasta que quedó truncada con el inicio de la Segunda Guerra Mundial cuando ella tenía 10 años.

-Yo me enteré hace poco que mis primos que vivían en...

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