El pequeño paraíso de Ilha Grande - 13 de Febrero de 2022 - El Mercurio - Noticias - VLEX 896466889

El pequeño paraíso de Ilha Grande

L a llegada a Ilha Grande era tal como la recordábamos. Después de media hora de navegación, sus 193 kilómetros cuadrados de selva tropical neblinosa y verdes montañas emergían frente a la costa del estado de Rio de Janeiro.Sin carreteras ni puentes conectándola al continente, las opciones para alcanzarla seguían siendo las mismas de hace una década: el ferry, el taxi acuático, o el lanchón a motor de poco más de diez filas, donde íbamos sin distancia social y equipados con chalecos salvavidas que nadie obligaba a usar.Salía del puerto de Angra Dos Reis , 151 kilómetros al sur de la capital carioca, surcando el mar del mismo azul del cielo, hasta el principal muelle de Vila do Abraão , el poblado más importante de Ilha Grande, donde vive la mitad de sus residentes.Al llegar, extranjeros con mochila y maleta de mano nos confundíamos con los lugareños que descargaban bolsas de mercadería (leche al por mayor, aceite en galones, arroz en saco). El muelle es el punto de inicio y de fin de una estadía, que conecta varios catamaranes, barcos y transbordadores locales, convirtiendo este lugar en un perpetuo ajetreo de población flotante.Acostumbrados al exótico paisaje, los locales no demoraban en abalanzarse por sus senderos de tierra. Nosotros, en cambio, buscábamos la mejor forma de acarrear las maletas hasta nuestra posada, evadiendo los pozones de barro que dejó la tormenta la noche anterior.Antes de tomar cualquier decisión, un hombre mayor, camiseta naranja, se interpuso en el camino con su carretilla: "¿Transporte?", dijo. Había varios que, como él, se ganaban la vida con sus brazos musculosos, acarreando, por pocos reales, maletas y mochilas selva arriba. Dominaban el oficio, indiferentes al calor húmedo y pegajoso, a los gatos recostados en mitad de la ruta, y a la imperfección del camino salpicado de piedras y de frutas caídas y reventadas.Nos enfrentábamos así a una isla consciente de su encanto, que se resistía a las carreteras y a los autos y a las motos, a los tiempos compartidos, a los todo incluido, a los bancos y cajeros automáticos.Sujeta a sus propias reglas, en un perpetuo fin de semana, Ilha Grande era un sitio leal. A pesar de ser uno de los destinos más populares de Brasil, la primera impresión, luego de una década de verla por primera vez, era que casi no había cambiado. Podían ser sus reconocimientos (por ejemplo, es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco), o las leyes, normas y reglamentos que resguardan sus áreas de protección ambiental (que incluyen tres parques naturales).A medida que nos internábamos, quedaban atrás las únicas barcazas amarradas, que llevaban nombres que parecían resumir lo que aquí, al llegar, se prometía: Paraíso. Aventura. Que viva la vida.Espeluznante y fascinanteAntes de ser este hito turístico, Ilha Grande era un lugar más bien evitado. Vila Dois Rios , en la costa opuesta a...

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