La pandemia nos reencuentra con la realidad de la vejez y la muerte
Creía Schopenhauer, ese pesimista alemán del siglo XIX, que se debe ser viejo para reconocer lo breve que es la vida. Una colega de él, claro que francesa y del siglo XX, Simone de Beauvoir, se lamentaba porque nuestra sociedad rinde culto a la fuerza y la destreza física, a la juventud, y entonces exilia a los viejos; la vejez es un secreto vergonzoso y algo que nos llega, que se nos impone desde fuera, creía. Ella misma temía a la vejez y a quien la sucede, la muerte: "!En el fondo del espejo me acecha la vejez y es fatal¡", escribió. También dijo: "O veré a Sartre morir o moriré antes que él. Es horrible no estar allí para consolar al que sufre del dolor que uno le causa al partir".La vejez, la idea y el juicio que nos hacemos de ella, oscila entre la decadencia y la realización. Al lado del miedo de De Beauvoir se pueden poner juicios como los de Aristóteles y Cervantes: para el primero, la prudencia, esa sabiduría práctica, se conquista gracias a la experiencia, a los años; para el segundo, son las canas el fundamento de la agudeza y la discreción. Aunque tal vez la vejez pueda ser virtud y defecto, según de quien se trate: "Los seres humanos son como el vino: la edad agria a los malos y mejora a los buenos", dijo Cicerón.Desde que el fantasma del covid-19 recorre el mundo, la vejez y la muerte son realidades que, casi siempre latentes, han tomado nuestra atención. Los viejos, la llamada tercera edad o adultos mayores, son el grupo de mayor riesgo; y la muerte llevamos semanas numerándola por cientos y miles.El 21 de marzo, en este diario, el crítico y escritor Pedro Gandolfo publicó una columna quizás beauvoiriana de título "Yo también soy anciano", a propósito de la pandemia, de lo rápido que golpeó a los viejos en China e Italia versus la baja letalidad, por ahora, en Chile; en los dos primeros países las familias se hacen cargo de sus viejos, en Chile ya no, dice Gandolfo: "Acá la letalidad inicial del virus es nula hasta este momento y creo que eso significa algo muy triste: lo lejos, segregados y extranjeros que son los ancianos en nuestra sociedad y en nuestras vidas".Hace poco, el 8 de abril, el periodista Abraham Santibáñez envió una carta a "El Mercurio" en la que invita a los mayores de ochenta años, como él, a hacer un gesto; "renuncio desde ya a ser conectado a un respirador artificial si con ello se puede salvar otra vida", dice. Ya en Bélgica ocurrió que una anciana rechazó un respirador artificial para que pudiera usarlo alguien más joven: "Yo viví una buena vida", fue su razón. Elias Canetti, el...
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