La ola tecnológica de Santa Cruz - 13 de Septiembre de 2015 - El Mercurio - Noticias - VLEX 582344502

La ola tecnológica de Santa Cruz

Lo pienso un viernes de agosto a las once de la mañana, cuando no consigo ubicar a la persona con la que tenía planeado juntarme. Se supone que estaría esperándome en su oficina, pero partió intempestivamente a surfear a la playa, confiesa más tarde. Me lo había advertido un meteorólogo autodidacta llamado Mark Sponsler, quien se especializa en predecir olas grandes.

-Esto no es como en el golf, donde puedes programar tu salida para las seis de la mañana. En este juego puede que a las seis de la mañana no haya cancha.

Hoy había cancha. Después de cuarenta minutos de espera, parto a Pleasure Point, uno de los puntos surfistas más famosos del pueblo. A esta hora, las olas les llegan al cuello a los surfistas que logran montarse en sus tablas. Hay decenas de ellos aprovechando la racha, todos en trajes oscuros y mirando el mismo punto en el horizonte. Parecen esfinges negras planeando puzzles en el agua.

Se me acerca un tipo de unos veinte, treinta, cuarenta años.

-Lindos lentes, como de John Lennon.

En la esquina de la Avenida 33 con East Cliff Drive, a pocos metros del océano, somos los únicos vistiendo algodón y no neopreno. Le pregunto si es de aquí y contesta que de por aquí y de por allá y de todas partes; duerme en un auto. Y que sí, esto es siempre igual, cada vez que hay olas, hay gente en el mar. Es tradición local intentar surfear en dirección a esa casa, dice apuntando una construcción de madera verdosa, asomada al acantilado.

-¿Por qué a esa casa?

-Porque es la de Jack.

Jack es Jack O'Neill, el de los trajes de neopreno. Fue el primero en comercializarlos, a comienzos de los años cincuenta, y tiene lógica que la inspiración le haya llegado aquí: en invierno, la temperatura del mar llega a los cuatro grados.

Me cuenta que solía ver a O'Neill de madrugada, con su mata de pelo blanco y parche en el ojo, caminando desde su casa hasta el mirador donde estamos parados (después leo que O'Neill perdió el ojo izquierdo hace más de cuarenta años, surfeando en otra playa del pueblo, a pocos kilómetros de acá). Pero Jack está viejo y ya casi no sale.

-Una pena- me dice-. Era buen conversador.

Otra manera de llegar a Santa Cruz es a través de la California-17, una carretera que atraviesa montañas pobladas de secuoyas antiguas, tan altas como campanarios. Pero a diferencia del camino de la costa, aquí es la vista o la vida: las curvas son temperamentales, el ritmo acelerado y los accidentes frecuentes. No es un camino demasiado extenso, apenas unos 50 kilómetros separan Santa Cruz de San José, autoproclamada capital de Silicon Valley. Pero la estrechez de sus curvas constituye una especie de muralla psicológica entre el pueblo playero y el mundo de Google, Apple o Intel. En Santa Cruz, tomar este camino es ir "al otro lado de la montaña".

Quizás de ahí la personalidad santacruceña, tan diferente a la de sus vecinos más cercanos. No hay canchas de golf como en Monterey; en Santa Cruz hay barco pirata, bares donde fumarse un cigarro y bancas públicas -éstas casi han desaparecido de las ciudades más acaudaladas, por temor a atraer a los que no tienen donde más sentarse-.

Con todo, pese al aire...

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