La obra coral y las voces de la 'filosofia'. - Núm. 2003, Septiembre 2003 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 56593243

La obra coral y las voces de la 'filosofia'.

AutorDurán R., Cristóbal
CargoTextos

La Obra Coral y las Voces de la "Filosofía" [1]

Cristóbal Durán R.

... más de uno, os pido perdón, se debe ser siempre más de uno para hablar, es preciso varias voces ...

Jacques Derrida: Sauf le nom

I

Una "mirada" de la voz

No quisiera intentar aquí resumir las intensidades de un recorrido como el que tal vez ha propuesto Patricio Marchant. ¿Indecisión? Sí, pero por sobre todo reconocimiento de la incapacidad de delinear, de delimitar un recorrido. Más bien, pareciese ser que todo lo que estas palabras -delinear, recorrer, ...- nos proponen [2], nos sitúa en un ámbito en el que primeramente habría que someterlas al aislamiento bajo un cierto rigor. Delimitar y articular: he allí nuestra más cotidiana razón. Si es que esto es lo que no se quisiera, se debería empezar una vez más. Tal vez, quisiera intentar aquí otro tal vez.

Si hay algo así como una sospecha que recubra la filosofía contemporánea, ella bien podría ser la sospecha sobre ciertas metáforas como órganos del pensar. Sin ser tajante, se podría decir por el momento: la búsqueda del más adecuado órgano de expresión del pensar. A primera vista se podría señalar en ello un contrasentido. La Biología nos dice que el órgano del pensar es un tejido complejo en el sistema nervioso central. Un recorrido nos muestra otras cosas.

Para poder pensar, el pensamiento necesita una cierta imagen de su operación. El Eidós como lo que se ve de algo, determina la captación del mundo desde el pensamiento al menos a partir de su especifíca acuñación platónica. Pero para algo ser visto debe ser captado de manera especial y acorde a la cosa en cuestión. La figura del Logos (legein, legere) obedece a la configuración y concentración de esa experiencia, esto es, la acuñación de sentido que emerge de ese sensacional encuentro entre eso visto y el acto de ver. La metáfora luz-visión que se hace preponderante en Platón es, digámoslo aquí provisionalmente, la metáfora de la comprensión. Por el hecho de ser, actuar, como una metáfora, la voz no se reduce en lo absoluto a ninguna determinación empírica; no se trata pues de la visión que el ojo humano -de este ser humano- puede llevar a cabo. Aquí nos interesa relevar una "complicidad circular de las metáforas del ojo y del oído." [3] ¿Qué lugar ocuparía allí la voz, ésta con otra sensibilidad? En el paso de la vista hacia la voz, operaría una cuestión común: Se requiere de una organización de los sentidos, organización de la experiencia, ésta por "esencia" singular e irrepetible, intransferible. Necesidad, pues, originaria de aprehender su otro. La voz también podría ocupar el lugar que tiene la visión. Voz como sentido organizador de la experiencia, esto es, como sentido organizador de los sentidos. Sentido-modelo. La experiencia se hace legible a partir de su matriz. Voz que aprehende percibiendo lo dado a la vista, lo visible. La voz concebida a la manera de la vista. En su escucha, para ser escuchada, esto dado debe oírse como Eidos (¿voz-visión?): "Tal como se la ha determinado mas o menos implícitamente, la esencia de la phoné sería inmediatamente próxima de lo que en el "pensamiento" como logos tiene relación con el "sentido", lo produce, lo recibe, lo dice, lo "recoge"." [4]

La boca, esa herida (Celan) abierta, asegura la posibilidad de comunicar y por ende de poder "decir": hay una expresividad manifiesta en el pensamiento; ya nadie podría dudar que efectivamente se pensó. Entonces, por qué no, voz también como mirada, como "observación" o resultado de ella en su comunicabilidad.

Pero el pensamiento, al remitirnos a este doblez entre pensamiento y expresión, es también intertanto. Se podría aprehender igualmente como límite entre el decir y una actividad más compleja de "manifestar" que sería algo así como el pensar "puro". Doble actividad que señala la diferencia tradicional entre pensamiento y lenguaje. Si subordinamos la expresión al pensamiento como actividad inicial de origen de aquel, a la escritura como formación "material" del pensamiento, icuánto podríamos llegar a menospreciar nuestra escritura!

Paradoja desde siempre, esto es, origen paradójico. No paradoja que se formaliza para que podamos vivir cotidianamente. Cada vez que se remite, que se procede por el acto analítico, por la descomposición, hay algo que se resiste. Resistencias al /del análisis. [5] Con ello mismo, el desglose, el desprendimiento nunca es tal. No hay un cuerpo homogéneo que se ve segmentado, pese a él. El mismo análisis como operación de la imposición de una pureza tal que haga aparecer el sentido de lo indeterminado e incognoscible, vuelve sobre sí como inaprehensibilidad: aquel fragmento puro nos remite a un doble, a su "propio" fantasma. No se trata de pensar, inicialmente, la actividad del decir, sino de mostrar como ella requiere de muchas voces, y todo ello de un sólo golpe. No se habla desde un lugar muy preciso, la identidad asumida en ese acto pasaría por la originaria inflexión múltiple que constituye la identidad: esa comunidad de sensaciones singulares, de la cual o bien nos resistimos a pensar su coherencia o bien a pensar su feroz proliferación.

Pensemos el recorrer de nuestro pensamiento occidental más cercano, definido desde la omnicomprensión de un objeto por parte de un sujeto. Pensemos nuestra manera de abordar cada uno de estos días, pensando en que en el mundo se da como una disposición de objetos. Saber como comprender, como aprehender, como la consumación del imperio de la subjetividad que le otorga sentido al discurrir insensato de los objetos del mundo (léase cosas, entes, pueblo) Pero algún síntoma nos enseña que el cierre no es concluyente. El objeto es en tanto esta perdido de antemano. [6]

II

El Ritmo y la voz

Si atendiéramos al texto de Patricio Marchant, encontraríamos allí ciertas insistencias fundamentales. Insistencias, esto es, no sencillamente hilos conductores del sentido sino, más bien, síntomas que no se dejan encerrar en una sintomatología que delimite claramente un sentido de lo que allí se pretende decir o de lo que allí se gustaría leer. Lisa y Ilanamente, temblores. [7] Sin adentrarnos en como leer, tema con el que se podría circunscribir todo el "itinerario" marchantiano, intentaremos rozar apenas, desde una distancia muy especial, lo que nos propone una referencia que allí se podría hacer a la voz y el ritmo.

En su lectura del poema de Gabriela Mistral, Marchant halla una marca, una insistencia de un doble ritmo [8], que en su doblez, vendría a proponer una escena de difícil señalamiento. Ritmo que es dos veces sin ser nunca una repetición de lo mismo. Ritmo como intento de nombrar una experiencia esencialmente sin nombre alguno. Es así que el nombre no sería nunca -jamásalgo como el recubrimiento de la existencia, una manera de denominarla que, en su registro vendría a Ilenarlo de sentido, pudiendo calificarse lo inexpresable y lo inexperienciable de la experiencia. No. El nombre refuerza eso inexpresable y señala que la experiencia, -y la experiencia del nombre es-, en toda su extensión, lo imposible de someter a la analogía. El nombre no expresa, el nombre otorga un préstamo que, a cada minuto, no sabemos como tal. Insistencia allí de otro prestado nombre. Insistencia sobre Nietzsche y ese parágrafo 246 del "Más allá del bien y del mal":

[9]

Aquí hay un uso de la metáfora de la escucha -y, por ende, de la voz-, cuyo empleo sería, por decir lo menos, especial. El ritmo no es tan sólo aquello que dirige la escucha, sino, la escucha misma. Si el ritmo se malentiende es malentendido lo escuchado, lo leído. Entonces, el ritmo aparece como cuestión que logra evadirse de la oposición entre visión y voz. Al menos por un momento, y esta es una cuestión aquí esencial, el ritmo no es sólo una copia del pensamiento. Para el ritmo, habría que tener otro oído [10], un tercer oído.

La operación inicial del pensamiento seria ceñir bajo la mirada, y desde allí, extender el privilegio de la mirada como recolección y como emergencia del sentido hacia la voz. Pero la voz es también desagregación de ritmos. Allí, podríamos leer el intento de Marchant, por leer eso no leído del pensamiento, el pensamiento como ritmo, el imperativo nietzscheano de intentar entender lo...

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