de La noche humana (1986). - Núm. 34, Marzo 2005 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 56738941

de La noche humana (1986).

AutorTrejo, Guillermo
CargoPoema

de La Noche Humana (1986) ¡Ya légrale sus huesos todos, mi Dios para que sea sano el paso! De vientos vive el sello cuerpo. Le rasparon el alma, ¡qué raspado! hasta dejarla monda para el mundo. Y sola entre sus cierros. Nada negra. Ya no me legres más mi Dios alégrame de luces mis adentros-noches desnudos de tus lumbres por la carne de mi precariamente. Todas las aguas nunca todas juntas allí: azarbes sin linaje. Venas de sombra cunas. Nada donde nos vive el cuerpo de la sed. Recuerdo de secanos, cactos de opacidad aún no parida. Ulular de lechuzas. Agrio frío de soledades sombra. ¡Qué de ojeras le rayan sus miradas! Fatigado se ve cada día en el seno del oficio. Allí estamos cogidos de esos gritos de las estriges cuyos ojos nos abren las penumbras. Por dentro de nosotros se desliza el simil de los bosques; el nocturnal que allí se oculta y que intenta tal pez de infierno deslizarse a nosotros pegadiza por noche biselada. Más onírico aún que cualquier sueno. Por intersticios que el dolor ha hecho en todos los nacidos liquida fluye la garra de la Muerte con suave plenitud incontenible. Teje su noche desde dentro nuestro matándonos auroras cero canto. Del corazón del bosque su furia aquel rebudio: clamor de herida e iracunda fuerza. Rompíale reposo al tiempo oculto entre los brazos múltiples y hojas de densidad activa aquel lamento. Rasgaba contra el cielo su lujuria de feral elocuencia desafiante. Y estremecía sus entrañas toda la selva acostumbrada a toda pena. Vives de ti y en ti. Los tiempos arden bajo el recuerdo. Todo bruma que bulle entre pensares: el credo del nosotros. La lluvia vino de anticipo y vientos de candor la precedieron. Sentí en el rostro lengüetazos de agua apresuradamente vertical con sed de suelo. Me hice receptáculo de ansia y sed que implora. Aquellos árboles de sueño áfilos que estrelazan sus ganchos esqueléticos a ese terror en los oscuros escondrijos, profunda sima de olvidos; bosques desnudos de follajes para el miedo. De esas ramas colúmpianse grotescas las viejas pesadillas sumergidas: marasmo de los ojos quietos detrás de las prisiones de los párpados. Y por el cuerpo del durmiente los signos de la carne soterrada. La muerte prima hermana acude al punto y le afila los rasgos a ese rostro detrás de cuyas sienes vive el pánico ancestral de los sueños demoníacos. Quisiera de memoria hacer vida otra vez deslizante activamente. Corregir el transcurso no el camino de los pasos que otrora fueron míos. Observarme de...

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