No me vengan a dorar la píldora - 16 de Febrero de 2018 - El Mercurio - Noticias - VLEX 703277497

No me vengan a dorar la píldora

Todo depende de la ocasión, responden los expertos. En mi caso, confieso que me cargan las groserías casi siempre. Creo que empobrecen y homogeneizan la generosa lengua en la que hablamos (y pensamos). Cuando cualquier sustantivo se convierte en la huevá es difícil que un diálogo tenga sutileza y vivacidad.

Me apasionan, en cambio, los giros idiomáticos que refrescan y singularizan el habla de cada persona, en especial los surgidos en Chile. Los dichos suelen constituir oportunas y agudas metáforas. Es difícil no entender cuando alguien habla de "chancho en misa", "meterse en la chuchoca", "darse una manito de gato", "chicotear los caracoles", "el día del níspero", "se me echó la yegua", "le cayó la teja" o "lo conocí naranjo".

Algunas de estas expresiones se entroncan con la historia. "Dorar la píldora" tiene que ver con las medicinas amargas, que eran doradas o cubiertas de azúcar para pasar el mal gusto. "Peor es mascar lauchas" debe su origen a "mascar la hucha (alcancía)". Y como la lengua se mueve, hay dichos recientes. Estar "peinando la muñeca" nació de la dramática escena final de la teleserie "Los títeres" (1984), en la que una delirante Gloria Münchmeyer peina muñecas en la piscina.

Los dichos suelen reflejar, además, la identidad de quienes los pronuncian. Para mi mamá, mujer de campo, un lugar remoto está "donde el diablo perdió el poncho". Cuando una persona se arregla mucho, mi compuesta suegra comenta que anda "más elegante que la yegua del payaso". Y si un objeto no anda bien, mi marido dice que...

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