No hay salud - 9 de Mayo de 2019 - El Mercurio - Noticias - VLEX 782257277

No hay salud

Enrique Lihn, poeta chileno de la década del 50, al ser notificado por su médico de que le quedaba poco tiempo de vida, ya que su cáncer era terminal, se apresuró a comprar un cuaderno (en el que siempre escribía sus poemas) para comenzar un "Diario de muerte". En dicho diario consigna todos los temores, rabias, angustias propias de un condenado a muerte. Hay un par de versos de esa bitácora terminal que siempre me han estremecido: "Hay solo dos países: el de los sanos y el de los enfermos/ a veces se puede gozar de doble nacionalidad/ pero a la larga, eso no tiene sentido".Los recordé hace unas semanas, cuando tuvimos que llevar en una ambulancia a un hijo a la urgencia de una clínica de mucho renombre, pero -como dice Cervantes al comienzo del Quijote- "de cuyo nombre no quiero acordarme". Y los volví a recordar no en ese momento angustioso cuando recién llegamos a la clínica. No. Los recordé -una vez pasados los momentos críticos- al ir a pagar esa "pasada" por la urgencia. Me atendió una amable señorita, ya curtida y acostumbrada a recibir la rabia y molestia de muchos pacientes que, al momento de pagar, no sienten que les están cobrando, sino asaltando. Esas ejecutivas de algunas clínicas han debido pasar, imagino, por todo tipo de coaching (incluido el "ontológico") para surcar los duros mares de la rabia e impotencia de los usuarios.En nuestro caso, por supuesto, el seguro escolar y familiar no cubrió lo que tenía que cubrir: ahí apareció una de esas "letras chicas" que dejan al paciente -que ya es de por sí un indefenso- más indefenso aún. He llegado a pensar que "la letra chica" es una especialidad del derecho chileno. Algún día habría que escribir un libro con este título: "Chile: la letra chica". El seguro no cubría la ambulancia. Bastaba que se hubiera hospitalizado a nuestro hijo para hacerle de inmediato los exámenes de rigor, y la letra chica no hubiera funcionado. La decisión de darle el alta hizo caer sobre nuestras cabezas (o bolsillos) el sablazo implacable de la usura, esa que hace que hoy Hipócrates se revuelque en su tumba cada vez que uno de sus...

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