Los niños-hombres de los jardines en las poblaciones - 29 de Junio de 2013 - El Mercurio - Noticias - VLEX 445690402

Los niños-hombres de los jardines en las poblaciones

Esta mañana hace frío en San Joaquín y Alvarito llega al jardín pasadas las nueve de la mañana. La hora de entrada es a las 8 y media, pero en su caso, en la mayoría de los casos, da lo mismo: las tías jamás los devuelven, asumen que siempre estarán mejor acá que en sus casas. Cruza la sala. Lleva unos pantalones anchos y un polerón con gorro. Se cortó el pelo hace poco: está totalmente rapado por los lados y un poco más largo arriba, como los cantantes de reggaeton. Antes tenía una especie de mohicano; él mismo iba al baño para mantenérselo. Camina moviendo los brazos, balanceándose de lado a lado, más como un hombre que como un niño. Saca de su mochila dos tractores naranjas. Es una rareza, nadie recuerda que haya traído juguetes antes.

Detrás entra Lucas, de su misma edad, cinco días menor, su compañero y rival: las familias de ambos tienen una antigua enemistad en la Legua Emergencia. Alvarito anda con un celular de plástico. Una tía se lo pide, él no quiere entregarlo. De mala gana se lo guarda en el bolsillo, pero cada tres minutos se va a una esquina y simula conversaciones con personas imaginarias. A las nueve y media, después del desayuno, comienza la primera actividad del día. El curso, un medio menor de quince alumnos, tiene que ordenarse en un círculo:

-Alvarito, ¿me ayudas a mover las sillas? - le pregunta una tía.

-No.

Ella empieza a entonar una canción, para empezar la jornada:

-¿Cómo está la Dayanira, cómo está?

Dayanira dice: bien.

Alvarito y Lucas no pueden estar quietos. Corren por la sala, invadiendo otros grupos. Son los líderes del curso, pero su relación es volátil: pueden estar jugando juntos y al siguiente ponerse a pelear. En el círculo de sillas quedaron originalmente uno al lado del otro, pero una educadora prefirió sentarse entremedio. Alvarito le grita y le hace un gesto con los dedos, como simulando una W. Lucas le responde con otro símbolo. Más que ofensas, parecen saludos de pandilla.

Las tías siguen cantando:

-¿Cómo está el Rodolfo, cómo está?

Rodolfo dice: bien.

En lo que va de mañana Alvarito ha hecho llorar a tres niños. A uno le quitó una lámina de un león, parte de una actividad de lenguaje.

-!Alvarito¡ A los amigos se les quiere, se les hace cariño. Devuélveselo.

Alvarito no quiere. Se va al otro lado de la sala.

La directora del jardín trata de consolar al otro niño.

-Mira, si Alvarito está arrepentido. Está pensando en lo que hizo mal.

Alvarito no parece arrepentido. Retoma el teléfono y después recoge un juguete y se lo tira por la cabeza a otro compañero, comienza a romper el decorado de la sala y trata de botar un diario mural con fotos de las familias del curso.

A otro niño derechamente le pega: no rasguños o empujones, dos puñetazos directamente en la cara. Sabe pelear como en la calle: azota con rapidez y se retira. En los días malos va más allá: amenaza con matar a los compañeros, se envuelve el brazo en un polerón y simula una pelea cuerpo a cuerpo a cuchillazos. "Como en la Peni", dice.

Alvarito tiene tres años y dos meses.

Y las tías cantan:

-¿Cómo está el Alvarito, cómo está?

María Cofré tuvo que sentarse en una silla a ver un video de varios minutos que contaba la historia de un marciano que le hacía la vida imposible al resto de los habitantes del planeta, rompiendo la armonía de un lugar que parecía funcionar bastante bien. Al final, nadie quiere acercarse a ese marciano y, entre todos, deciden enviarlo en un cohete a la Tierra.

La animación es exclusivamente para la capacitación de las educadoras del jardín Teresa de Calcula de La Pintana, pero la directora, Rosa Maldonado, se estaba quedando sin ideas. El hijo de María, Pedro, había llegado ahí desde la sala cuna Los Navíos el 2011 con una fama a nivel comunal como la guagua más problemática del sistema. Con menos de dos años decía garabatos, lanzaba objetos e insultaba sobre todo a las cuidadoras mujeres, que le decían "el señor de la querencia". Tenía excentricidades mayores; no soportaba que nadie le pasara la mamadera en la mano; si alguien lo hacía, en protesta, la lanzaba de vuelta a quien estuviera en frente. La única forma de que la tomase era que se la dejaran sobre la mesa.

Ya en el jardín, con más independencia, su comportamiento fue aún peor, siempre enfocado en su maltrato hacia las mujeres: golpeaba a sus propias compañeras e insultaba a las funcionarias, de la directora para abajo. Como en cada caso, el jardín comenzó a poner atención en el entorno del niño. Pedro Loncomil, su padre, de origen mapuche...

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